sábado, 14 de noviembre de 2015

13 DE NOVIEMBRE







El momento de la muerte
de los vivos que hemos
visto perecer en París
es la única certeza cierta
que conservamos de ellos,
lo mismo ocurre
con los que caen en Alepo,
no hay diferencia
cuando se trata de víctimas
y da igual el idioma
en que exhalan el postrer suspiro.
Sus rostros nos revelan todo
y son tan pavorosamente
angustiosos
que su sólo nombramiento
acalla nuestra voz.
No han tenido un tránsito
pacífico a otra vida
porque con sus miradas
y sus gestos desesperados,
con sus manos apretujando
el terror que padecían
nos confirman
que no hay otra vida
y que abandonar esta
de una manera tan cruel
es algo que pese
a todas las calamidades
y sinsabores de la existencia,
hacen a su pesar.
Solemos imaginarnos
el duelo con la muerte
como una interminable
partida de ajedrez,
en lo que nunca pensamos
es en que nos pueda
preparar una emboscada
utilizando peones
sin cerebro ni corazón.
Ni el mejor gambito de rey,
ni la más organizada
defensa siciliana
pueden con esa perra
con sicarios que no saben
lo que significa la empatía
y sólo conocen
el odio y la sinrazón.






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