martes, 27 de octubre de 2015

ABRAZO






En la cama de matrimonio
tres de los supervivientes
del naufragio de este mundo
detraen a la realidad
unas pocas horas de sueño.
Dos de ellos son conscientes
de tanta gente que al despertar
se ve obligada a seguir huyendo
como niños en la oscuridad
de la vida que les ha tocado
en suerte padecer,
sintiendo una vez más
la definitiva ausencia del hijo,
de los padres, los hermanos,
rememorando imágenes pretéritas
que nunca más volverán.
Al abrir los ojos, dos de esos
supervivientes del mundo
sabrán de la suerte que han tenido
y, por eso mismo, sentirán
en lo más profundo de la piel
la rabia y la amargura,
la tristeza y la impotencia
por las vidas que otros
con mucha menos suerte no vivirán.
Por eso mismo, cada vez
que abrazan a su hija,
abrazan también a todos esos niños
para los que sus padres no tienen tiempo
de embriagarles con la fascinación
de contemplar nubes blancas
en un cielo transparentemente azul,
ni extasiarse con el silencio de la noche
buscando estrellas en el cielo,
o consiguiendo que muestren
la expresión perfecta, esa sonrisa
que debería alentar la existencia
en una corta vida que ya conoce
demasiado el sabor de las lágrimas.







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