lunes, 21 de septiembre de 2015

OPCIÓN





Viajaba a diario frente a él, pero nunca se habían dirigido la palabra. Ni siquiera un saludo por su parte, ni apenas una mirada. Ella sí lo había mirado (siempre de reojo, era del todo inverosímil, dada su condición, que alguien lo notara). Probablemente habrían seguido así día tras día, ella sufriendo en silencio las consecuencias de aquél sentimiento devastador que la estaba corroyendo por dentro... y él sin enterarse de la misa la mitad. Pero aquella mañana se dieron varias circunstancias que la hicieron diferente, como que la guagua de la línea 950 estaba llena y le tocó ir de pié, como que un perro se cruzó delante del vehículo y obligó al conductor a frenar de golpe, como que ella fuera lanzada hacia delante y tuviera que agarrarse de su brazo para no caer.

Ese contacto, el olor que desprendía aquél hombre y su sonrisa posterior la despertaron definitivamente del letargo en que había conseguido esconder sus emociones más primarias y que amenazaba con desbordarse desde hacía meses. Se fijó en sus facciones, en sus manos y sintió escalofríos al pensar en cómo serían sus caricias. Fantaseó con su cuerpo sudando junto al suyo, con un roce de pieles que la llevarían al éxtasis...

Cuando la ropa interior comenzaba a empaparse, se dio cuenta que al vehículo le faltaba poco para llegar a la parada donde tenía que apearse y la lascivia también frenó de golpe. Volvió a mirarle con deseo, pero él sólo fue capaz de pronunciar un simple: -Que pase un buen día, hermana-


Bajó dela guagua herida profundamente en su orgullo. Tanto que mientras caminaba hacia su definitivo destino, se obligó a reflexionar sobre lo que le estaba pasando. Concluyó que para encontrar una posible solución sólo le quedaba un último recurso y para ello le sobraban los hábitos. Sonrió. La próxima vez que tomase aquél autobús sería para salir de caza. Le iba a obligar a darse cuenta que ella, de hermana, ya no tenía nada de nada.





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