jueves, 16 de julio de 2015

DOLOR







Me duele el polvo
acumulado en un rincón
de la columna vertebral,
los jirones de telaraña
en la vieja cicatriz
de la antigua hernia discal
y los añicos que la artritis
ha causado en la herida.
Es un mal constante,
que a veces amenaza
con alterar la vida
por los ramalazos de dolor
que aparecen de repente
con una intensidad inusitada.
El dolor es autodidacta,
parece aprender y sabe
cuándo secarte la boca,
cuándo acelerar el latido,
cuándo dilatar las pupilas.
Es una silente compañía
que sorprende cuando un día
no llega a producirse,
pues normalmente
está escondido siempre
tras un gesto,
el que anida, siniestro,
en la comisura del silencio.
No demasiado, lo justo
para que el sol nuevo
inunde con su luz
el hueco de mis brazos,
sin haber podido descansar
de su compañía
jornada tras jornada
pues entró a formar
parte de mi existencia
condicionándolo todo
en una normalidad
que sólo yo conozco realmente. 






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