viernes, 19 de junio de 2015

MADRUGADAS






Él tenía turno de noche
y llegaba a casa
sobre las seis
y treinta de la mañana,
ella entraba a trabajar
a las siete y se cruzaban
a las puertas del ascensor
del edificio donde vivían.
Él iba siempre
con la mirada puesta
en los demás
y la traspasaba admirado
por aquella sencilla belleza,
ella miraba al suelo
y no solía levantar
ni los ojos ni la voz
aunque le resultaba imposible
evitar una tímida sonrisa
tras los fugaces encuentros
y el apenas susurrado
buenos días.
Y llegó un día en que él se olvidó
las llaves del coche
y tuvo que volver a subir
a recogerlas
ya con ella dentro
del pequeño cubículo
que los llevó hasta un cielo
que los dos desconocían.
Unos segundos
de ascenso decisivos
que lo cambiaron todo
porque después
de cruzar sus miradas
ya nada pudo ser igual
en las madrugadas de sus vidas.





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