jueves, 2 de abril de 2015

UNA MUJER AFRICANA








Es posible que ahora mismo
en alguna remota aldea
perdida en la inmensidad
geográfica africana,
donde el horizonte
enamora a la vida
y la familia ha de ser
el remanso
que el alma acomoda,
una mujer llore de dolor.
Porque en cualquier
momento aparecen ellos,
los que definimos
como hombres soldado
para penetrar sin piedad
ese cuerpo de ébano
y cabalgar su maldición
sobre sus carnes indefensas
y a golpes y gritos
la marcarán para siempre
por dentro y por fuera.
Y con la aldea ya arrasada
y los hombres asesinados
se la llevarán lejos
como mercancía
para satisfacer un instinto
maldito de hombre.
Y si en un último gesto
de la cordura perdida
ruega también la clemencia
de una muerte rápida
no le será concedido,
pues está condenada
en sentencia firme
a ser una esclava sexual
loca de deshonra
que arrastrará sus huesos
y cicatrices por la vida
siendo despreciada
hasta por su propia gente.
Sé que estas cosas ocurren
y cuando miro el mar azul
que tanto nos une y nos separa
me pregunto qué puedo
hacer yo para ayudarla
y decido escribir un poema,
o lo que es lo mismo: nada.






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