martes, 7 de abril de 2015

ABUELO






Abuelo, ayer tuve
que describirle a un amigo
lo que sentía
cuando estaba contigo
y descubrí de nuevo
que al nombrarte
me es imposible detener
en un suspiro
lo mucho que te quise.
Recuerdo aquellos agostos
en que te visitaba,
como un tesoro
que sembraste en mi alma
pues los vivía
sumergido en tu cariño
acompañándote
siempre inseparables
y a la sombra de tu quehacer
aprendí lo esencial de la vida
con el ejemplo que me dabas
de campesino bueno.
Desayunábamos juntos
aquella rotunda pasta
de leche, queso y gofio
y cantando siempre
la misma canción
nos íbamos a los campos
a recoger cosechas
de recuerdos tiernos
y momentos inolvidables.
Luego tocaba
dar de comer a los animales
y seguir de incógnito
a aquellas gallinas libres
pues tú no permitías
que conocieran de jaulas
y en agradecimiento
escondían sus huevos
las muy ladinas
en los sitios más insospechados.
Tu sonrisa desgranaba
alegrías en mi niñez
y a la vuelta del verano
durante días resonaba
en mis oídos agradecidos
la frase que pronunciabas
en cada uno
de nuestros encuentros:
Ha llegado
la alegría de mi casa.






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