Primero vimos con asombro
la llegada de un avión
con una infraestructura
que recordaba
las películas ambientadas
en un lejano futuro,
luego una visión
de luces rojas y amarillas
intermitentes
avanzando a toda velocidad
por unas calles aturdidas:
Nos traían a casa
un monstruo invisible
que se agarra al primer
cuerpo que atrapa
y no lo suelta
hasta secar su alma.
Instintivamente
estiré la mano
y palpé el cálido cuerpo
de mi hija dormida:
Ella aún no sabe nada
de estas cosas
y no debería saber nunca
que la ineptitud
de los que se supone
que están para protegernos
hace brotar de los sueños
las peores pesadillas
para traerlas
a la realidad del día a día.
No debería conocer
que alguien puede
incrustar trozos de muerte
en las venas de una mujer
y luego culparla
por intentar salvar a alguien.
No debería saber mi hija
de tanta miseria moral
como nos ronda últimamente
porque este no es el mundo
que quiero para ella.
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