miércoles, 16 de julio de 2014

ALERGIAS DE PAZ







Hoy es día de alergias. Desde hace unas horas  un coro de estornudos me acompaña a todas partes y los ojos no se cansan de llorar. Y en medio de los lloriqueos me asalta una pregunta que puede otorgarle una razón a lo que me ocurre... ¿Cuántas lágrimas valen las muertes de los niños palestinos que caen tiroteados sin descanso, con los vientres reventados, las extremidades diseminadas, los corazones agonizantes, su pena grande, su sed muy honda, su infancia galopando entre el miedo y los sables?
A estas alturas he dejado de creer en muchas cosas, pero sobre todo en que Israel rectifique su política genocida sobre el pueblo palestino. Pocas son ya las palabras que quedan para condenar lo que ocurre, están gastadas de tanto usarse. Pocas las conciencias de los líderes internacionales a los que recurrir, pocas las esperanzas de que algún día esta dinámica de fuego y destrucción cambie. No creo ya en una solución para Oriente Medio sin que antes haya cambiado eso que llaman el Orden Internacional que hoy existe como una maldición sobre los pueblos oprimidos...
Y no me entiendan mal... Aún creo en cambiar este sistema, en que es posible despertarse un día con el pan sobre todas las mesas, con la paz sobre todas las banderas, con la vida derramándose, tibia, sobre cada infancia y cada jornada. Igual lo que hoy me pasa es una simple alergia, o la desesperación del momento y resulta que aún me quedan muchas cosas en las que creer. Y quizá porque son muchas y tan simples, tan comunes, vivo el desasosiego de no verlas cumplidas, la incertidumbre de saber que voy a morirme y quizá no haya visto el principio de ni una sola de mis utopías.
Pero es jodidamente trágico que hoy todavía  la historia esté fabricando el jabón con el que limpiará mañana en sus libros toda la sangre derramada, que no llegue nunca ese momento, que no aprendamos, que la sangre que se vertió sobre el cáliz de la violencia más bruta contra los judíos, la del estiércol más inhumano, la sinrazón más tétrica y el primitivismo más brutal los haya convertido en ejecutores de políticas parecidas. Los pueblos cansados han de defenderse de las cadenas, de los cementerios donde reina la sumisión, de las tumbas donde caen pateados los muertos del fascismo. Pero jamás convertirse en celebrantes de idénticas orgías en loor del sufrimiento y la muerte.

Me tengo por poeta y como tal no puedo enfermar de ceguera, no puedo fugarme a lugares donde sólo haya primaveras y debo quedarme aquí, en esta tierra, en estos ciclos de fanatismo, con estas vicisitudes espantosas de las que igual otros pueden evadirse. Y creo, con la urgencia de quien apenas puede hoy deletrear estas palabras con ojos encharcados, en los que se levantan para decir basta aunque todo lo tengan en contra, aunque les ignoren los ilustres del mundo, aunque sea su lucha silenciada y lejana. Creo en ellos y desprecio a los que les dan la espalda. Hoy más que nunca, sumergido en estos síntomas acuosos que no me dejan descansar en paz... Paz, qué magníficamente hermosa es esta palabra...



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