Hoy es día de alergias. Desde hace unas horas un coro de estornudos me acompaña a todas partes y los ojos no se cansan de llorar. Y en medio de los lloriqueos me asalta una pregunta que puede otorgarle una razón a lo que me ocurre... ¿Cuántas lágrimas valen las muertes de los niños palestinos que caen tiroteados sin descanso, con los vientres reventados, las extremidades diseminadas, los corazones agonizantes, su pena grande, su sed muy honda, su infancia galopando entre el miedo y los sables?
A estas alturas he dejado de
creer en muchas cosas, pero sobre todo en que Israel rectifique su política
genocida sobre el pueblo palestino. Pocas son ya las palabras que quedan para
condenar lo que ocurre, están gastadas de tanto usarse. Pocas las conciencias
de los líderes internacionales a los que recurrir, pocas las esperanzas de que
algún día esta dinámica de fuego y destrucción cambie. No creo ya en una
solución para Oriente Medio sin que antes haya cambiado eso que llaman el Orden
Internacional que hoy existe como una maldición sobre los pueblos oprimidos...
Y no me entiendan mal... Aún
creo en cambiar este sistema, en que es posible despertarse un día con el pan
sobre todas las mesas, con la paz sobre todas las banderas, con la vida
derramándose, tibia, sobre cada infancia y cada jornada. Igual lo que hoy me
pasa es una simple alergia, o la desesperación del momento y resulta que aún me
quedan muchas cosas en las que creer. Y quizá porque son muchas y tan simples, tan
comunes, vivo el desasosiego de no verlas cumplidas, la incertidumbre de saber
que voy a morirme y quizá no haya visto el principio de ni una sola de mis
utopías.
Pero es jodidamente trágico
que hoy todavía la historia esté
fabricando el jabón con el que limpiará mañana en sus libros toda la sangre
derramada, que no llegue nunca ese momento, que no aprendamos, que la sangre
que se vertió sobre el cáliz de la violencia más bruta contra los judíos, la
del estiércol más inhumano, la sinrazón más tétrica y el primitivismo más
brutal los haya convertido en ejecutores de políticas parecidas. Los pueblos
cansados han de defenderse de las cadenas, de los cementerios donde reina la
sumisión, de las tumbas donde caen pateados los muertos del fascismo. Pero
jamás convertirse en celebrantes de idénticas orgías en loor del sufrimiento y
la muerte.
Me tengo por poeta y como tal no
puedo enfermar de ceguera, no puedo fugarme a lugares donde sólo haya
primaveras y debo quedarme aquí, en esta tierra, en estos ciclos de fanatismo,
con estas vicisitudes espantosas de las que igual otros pueden evadirse. Y creo,
con la urgencia de quien apenas puede hoy deletrear estas palabras con ojos
encharcados, en los que se levantan para decir basta aunque todo lo tengan en
contra, aunque les ignoren los ilustres del mundo, aunque sea su lucha silenciada
y lejana. Creo en ellos y desprecio a los que les dan la espalda. Hoy más que
nunca, sumergido en estos síntomas acuosos que no me dejan descansar en paz... Paz, qué magníficamente hermosa es esta palabra...
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