Una vez leí que hubo
esquimales convertidos al cristianismo que no querían ir al cielo prometido
porque allí no había focas, su principal fuente de alimento. Desde ese punto de
vista es una actitud bastante razonable.
Posiblemente les explicaron
mal en qué consistía ese lugar al que se supone que Dios se lleva a los
mejores. Dando por supuesto la existencia del cielo como conjetura o concepto
teológico, sería un lugar cuando menos extraño y un cierto desconsuelo para una
buena cantidad de gente, dado que no existen las focas pero tampoco la cerveza
o el fútbol. Una eternidad así algunos no creo que pudieran resistirla.
Las promesas se cimientan en
el presente para que el viento se lleve sus tejados en el futuro y podamos ver
la dolorosa verdad de las estrellas. El estado del bienestar es el cielo
prometido de la política. Nuestros representantes incluso llegan a asegurarnos
que siempre habrá focas, aunque luego resulte que son invisibles o sólo se ven
por televisión. El problema está en que no miramos hacia arriba cuando vuela el
tejado de la promesa electoral. Seguimos viendo la televisión y el cielo se nos
torna invisible.
Una de las curiosidades de las
focas, en sus diecinueve especies, es que carecen de oído externo. Tal vez
ocurra para tener la ventaja de oírse a sí mismas. Otra es que sus ojos pueden
enfocar tanto fuera como debajo del agua: en dos mundos distintos. Deberíamos
imitarlas. Quizá los místicos y los locos se acerquen a lo inefable por esa
capacidad de escucharse y estar al otro lado de lo aparente. Ojalá los hombres
comunes lo consigan en un mundo venidero: Oír la propia opinión y exigir
respeto para ella es el paso previo para ver más allá y expandir la conciencia.
Cada día tengo menos certezas,
pero me gusta pensar que no hay focas en el cielo porque se lo han traído
consigo para disfrutarlo en La Tierra. Otra cuestión que los humanos aún
tenemos pendiente... Deberíamos tenerlo muy presente cuando las promesas
electorales nos acosan.
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