Los zombis emprenden
la aventura de un nuevo día:
La mañana comienza
con el café de la queja
que sabe a resignación,
luego se duchan
con los restos del vómito
de las castas dominantes.
Después, cogen el coche
y se van a trabajar
bajo unas condiciones
propicias solamente
para el temor y la ira,
mientras escuchan
las noticias que otra vez
vienen cargadas de mentiras
cocidas a fuego lento
en las reuniones
del Consejo de Ministros.
Quizás en la tarde,
cuando trate de evadirse
de la angustia que le produce
una cuenta corriente
extremadamente minimalista
viendo un rato la tele,
se mitiguen esos sentimientos
pero al zombi que aún
le queda algo de raciocinio
sabe que volverán
con más fuerza al día siguiente.
Los zombis van de bulo en bulo,
patéticamente desinformados,
llenos de medias verdades
que son más execrables
que la peor de las falacias.
Con ellas se les gobierna,
y se les conduce al matadero.
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