domingo, 2 de febrero de 2014

TRES AMORES



Tras el encendido pero fugaz encuentro, cuando llegó el momento de la despedida, cada uno se comportó de manera distinta y acorde con lo que sentía: Ella, superando sus temores, le pidió el número del móvil con el confeso afán de llamarle todos los días... A las diecinueve y treinta y dos, advirtió ilusionada, una hora a la que nadie tendría en cuenta salvo ellos. Consciente de las consecuencias y para no desairarla, él facilitó un número inventado. No quería correr riesgos porque desde el primer momento tuvo claro que ningún futuro de llamadas a hora fija podría superar la memoria de aquel instante, la magia del infinito sugerido y que por nada del mundo se arriesgaría a alterar.
Desde entonces, justo a las diecinueve y treinta y dos horas, ella llama a diario, teclea feliz esa colección de cifras ajenas que terminó por conocer al dedillo. Y sorprendentemente recibe respuesta. El caso es que cada tarde, una tercera voz surgida del azar, contesta y alimenta en la distancia la ajena ficción de dos desconocidos instalada en ese ayer maquillado de imposibles, mentira piadosa que acabó por convertirse en imprescindible para ambos.

Todas las tardes, ajeno a la conversación inalámbrica que ella mantiene con el ilusionado impostor, él recrea por un momento la magia furtiva de aquél recuerdo solitario. Intuye, mirando el móvil en silencio, la eternidad de un sentimiento entendido como el amor liberado de palabras, de llamadas diarias, de promesas cargadas de futuro, de obligaciones y hastío. Un amor con el número correcto, tecleado para siempre en la agenda del pasado.


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