Aumenta el paro y por ende, la
infelicidad se hace partícipe en millones de hogares porque la terapia
ocupacional que pretende el gobierno es el peor de los males para ahogar los
corazones de la gente. Hace tiempo se decía que el trabajo nos hacía libres,
ahora algunos dan por hecho que sólo sirve para curar los males de la crisis,
aunque sin entrar en detalles sobre los contratos temporales, el recorte de
derechos laborales y la miseria de los salarios. Es la terapia ocupacional de
D. Mariano y su gente, con la que la que están volviendo locos a los parados para
aplicársela en tiempo y forma. El caso es que, desde esa óptica todo el que nos
procura ocupación, aunque sea de la manera más miserable, ha de ser considerado
un bienhechor. ¡Tenemos que estar agradecidos a nuestras empresas pues
significan la huida del aburrimiento! En Oriente la sabiduría se acomoda al tedio,
hazaña que los occidentales consideramos una extravagancia.
Uno puede estar ocupado en o
por algo. En la Grecia antigua se excluía del foro a los profesionales y
artistas, a los artesanos y en general a los que parecían muy ocupados en
cualquier cosa, costumbre que se explica perfectamente porque no creían que
tuvieran ‘tiempo’ para pensar en otra cosa que no fuera ellos mismos. ¿A qué
convocarles entonces a pensar en la ciudad? Es posible que de ahí venga la
costumbre extendida en la que nuestros políticos de ahora se dedican en
exclusividad a las labores propias de sus cargos, otra cosa es que de ahí
deduzcamos que la mayoría tenga ideas aprovechables en la cabeza...
¿Vivir para trabajar o
trabajar para vivir? En mi caso no hay dilema. Los que se decantan firmemente por
la primera opción pretenden para sus hijos que tengan una multitud de deberes
en casa y actividades extraescolares, que existan los trabajos forzados para
los presos, una educación superior cuasi obligatoria para los jóvenes... Y en
cuanto a los locos y los jubilados, la terapia ocupacional que los mantenga
activos. Consideran que el primer problema del país no es el paro sino la
desocupación, gente que vive sin pegar ni golpe. No les molesta que no tengan
un salario digno, un puesto de trabajo asegurado, sino que estén sin hacer
nada.
Si el pensar subraya nuestra
diferencia dentro de la colectividad, para cultivar nuestro cerebro hay que saber
parar en nuestras ocupaciones y desarrollar esa capacidad que nos impele a
distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, lo que nos gusta y lo que
no. Hay que tener tiempo para informarse, para leer y sacar conclusiones de la
información recibida. Los extremistas de todo tipo se han mostrado históricamente
enemigos de los libros. Los que destruyeron la Biblioteca de Alejandría
actuaron desde esa idea con una lógica aplastante: Para la verdad ya existía el
Corán, y si hay libros que lo contradicen hay que utilizar las hogueras. Lo
mismo hicieron los católicos tiempo después con los que ponían en duda ciertos
dogmas, idéntica actitud tomaron los nazis y los fascismos. Mucho más sutil era
aquel general visigodo que salvó las bibliotecas griegas de ser quemadas,
diciendo que convenía dejarlas a los enemigos como cosa idónea para apartarlos
de los ejercicios militares y entregarlos a ocupaciones sedentarias y ociosas.
Necesitamos estar ocupados en
algo. E incluso ocupar algo: una casa, un puesto de trabajo, un coche. Otros,
como los niños, los pobres, los enfermos, los viejos, los locos... quisieran que
alguien se ocupara de ellos, de estar desocupados están también hartos a su
manera. Decía Pascal que todas las desgracias del hombre provienen de una sola
cosa: no saber estar solo en una habitación para reflexionar sobre lo que pasa.
Ya que estamos en esta tesitura, resulta obligado recordar que la principal
actividad de los filósofos es pensar, quizás por eso la filosofía como
asignatura ha quedado arrinconada en el desván de los trastos viejos. Hemos
asumido con total naturalidad que meditar es no hacer nada de provecho.
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