Con calculada suavidad depositó el
cuerpo yacente sobre la arena dorada de la playa. En las noticias había creído
escuchar que fueron catorce los ahogados, ahora habría que sumar una más. Se
detuvo un momento mientras retrocedía para contemplar por última vez la oscura piel,
los cabellos negros y fuertes como crines de caballo, el cuerpo que ya empezaba
a sufrir los embates de un tiempo sin vida. Sintió ganas de gritar de pura
impotencia y unas gotas de llanto se le
atropellaron en la garganta. ¿De qué había valido su acción si sólo se trataba
de un cadáver? ¿A quién le importaría que hubiese una víctima más en la
tragedia? Le estremeció pensar que la abandonaba a su suerte, aunque en un
último gesto de ternura, le cubrió la cara y parte del cuerpo con la toalla. No
le apetecía dar explicaciones de lo sucedido en una tarde que pretendía ser de solitario
sosiego playero y en la que acabó siento partícipe de la maldición mortal que
acechaba a los inmigrantes ilegales que intentaban llegar a un supuesto
Paraíso... Suspiró profundamente y echó
a andar hacia el coche donde su futuro le aguardaba marcado para siempre por el
suceso y la terrible verdad que había comprendido: Todos éramos culpables por
lo sucedido.
A los inmigrantes fallecidos en Ceuta...
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