jueves, 2 de enero de 2014

POÉTICA



Después de  bastante más
de medio siglo de existencia
sigo empeñándome en escribir
sobre mi visión del mundo,
y a veces me invade  la sensación
de esforzarme en balde
sobre asuntos que cada vez
interesan menos a más gente
y que de alguna manera
degenera el acervo de mi poesía.
Y aun así, prosigo trazando
sobre el papel cuestiones
relacionadas con el inadvertido
sentido de la existencia,
el dolor o la moderna tiranía
que algunos se empeñan
en construir para la sociedad.
Puede que mi quehacer se reduzca
a redactar con palabras
más a o menos consecuentes
la fotografía de un cadáver,
quizás sea esa será mi contribución
a la ruina moral de una especie.
No puedo evitar preguntarme
sobre la manera en que podríamos
rescatarnos de esa inmundicia
y pierdo la sensatez ante un oscuro
del que no puedo salvarme.
El caso es que algo he de hacer
para saber que existir vale la pena,
incluso acepto que una de ellas
pueda ser la de escribir en vano.
Si le tuviese miedo a la libertad,
me atiborraría de mensajes engañosos
para darme por satisfecho,
pero siempre entendí que para llenar
con momentos de dignidad la vida
hay que osar en lo individual y lo colectivo,
elijo perder mi condición de observador
y aunque algunos puedan pensar
que actúo torpemente, al menos algo hago.
Elegí ese papel en esta tragicomedia
y me conformo con que haya algunos
que lo intuyan y asienten ante la locura.
Que la visión ciega no acabe por imponerse,
que no nos posea con sus mensajes
salidos de mentes vilmente corrompidas
con su calculado y falso optimismo

y sus discursos mil veces repetidos.




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