lunes, 9 de diciembre de 2013

LLUEVE



Acaba el verano. Al menos durante un par de días, que en el lugar donde el escritor vive la cuestión de las estaciones es un concepto muy relativo. El caso es que los pasos sigilosos del otoño avisan a los oídos avezados de que el invierno está a la puerta de la esquina, aunque el calor perdure. Se ha desatado la primera tormenta. Mientras las calles se van empapando, mientras los campos que rodean el pueblo abren con júbilo sus poros y las casas reciben con resignación el torrente, alguien trata de escribir, sentado bajo la vacilante luz, unos metros más allá de la ventana y a cubierto del aguacero.
El escritor-sombra de sí mismo reflexiona por unos instantes. Si la lluvia –se dice- tuviera sexo sería una mujer. Cavila sobre cómo se siente a veces  empapado de la imagen vaporosa, el perfume tibio y los ojos enamorados de su compañera que ahora mismo duerme un descanso embarazado. Piensa que la lluvia también circunscribe a quienes caminan bajo su influjo, como abriga la presencia de una mujer amada el corazón de quien la desea. La Naturaleza, que ha iniciado un cortejo consigo misma, estalla en una explosión de olor a tierra húmeda. El escritor-nostalgia aguza su memoria y se deja sorprender por el recuerdo del entorno en su infancia, empapado en aquellos años que se perdieron en el vacío gris del tiempo... Y escribe a sabiendas de que puede contar mil historias que acabarán también por perderse en la nebulosa del olvido. La lluvia convertida en metáfora de la literatura: El agua y la poesía nos limpian y lavan nuestras mentiras, nos dejan desnudos de prejuicios y calados hasta los huesos en nuestros  autoengaños más profundos.
Luego, el escritor-duda se lo piensa mejor y decide que a la lluvia quizá le convendría más el papel de poeta maldito. Porque no es completamente cierto que todos corran a refugiarse de un aguacero a la mínima que empieza a lloviznar. Los niños, los inocentes y los ancianos disfrutan viendo caer del cielo ese maná transparente cargado de versos y metáforas, pues son honestos y sinceros, y los escritores siempre tienen la posibilidad de sentirse acompañados de una pequeña cohorte de seguidores fieles que están dispuestos a abrir el corazón a cada palabra que salga de sus plumas, siempre que sea consecuente con su condición humana.

El cielo continúa derramándose tras la ventana y sobre la casa. El golpeteo del agua aumenta de intensidad, como si de pronto la lluvia se hubiera transformado por capricho en una afamada compositora de arias. En el recuerdo del escritor que evoca se va dibujando la sensación, ya un poco en blanco y negro, de estar sintiéndose más solo y más libre que nunca en la travesía que le lleva a través de su universo literario. Y entre los surcos de agua que se deslizan por la superficie acristalada de la ventana, se distinguen de cuando en cuando las luces que titilan en la calidez de los hogares de sus familias vecinas, como si de paradojas se tratasen, dentro de un mundo que demasiadas veces se nos antoja demasiado frío y seco... 


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