martes, 14 de mayo de 2013

LA CALLE



La calle como alternativa de vida se fue quedando vacía conforme se llenó de gente aislada en sí misma y los coches levantaron murallas de cemento y asfalto. Al poco tiempo nos vimos cruzando rápidamente a la salvadora acera de enfrente cuando el toque mágico del color verde nos abre paso a intervalos entre la marea mecánica que nos acosa.
La calle dejó de ser destino y escenario y acabó siendo sólo tránsito. Recuerdo los tiempos de la niñez cuando salíamos de nuestras viviendas sin más objetivo que alcanzar ese otro hogar callejero del barrio para disfrutar con la prolongación de la familia que teníamos en casa. La calle era el lugar de encuentro y escenario. No había que llamar a nadie, era ella quien nos convocaba y no había hora ni destino que no viniera marcado por la propia cita. Era la calle quien nos decía dónde ir y lo que hacer. Luego, cuando llegó la adolescencia, supimos que no era nuestra, que nos la habían secuestrado muchos años atrás y salimos decididos a liberarla cargados de esperanzas de futuro. Algunos incluso creyeron firmemente haberlo conseguido, pero al final descubrimos que todo acabó siendo una burda manipulación de los enemigos de la calle, que por otro lado, eran también los nuestros.   
Así que aparentemente lo perdimos todo, pero las paradojas de un tiempo que suele volver al lugar del crimen, han hecho que los niños y adolescentes de antes regresemos junto a los de ahora al sitio donde los años mataron nuestra infancia, y nos encontremos de nuevo con los fantasmas que entonces nos asustaban: la incertidumbre, el mañana distante, la edad traidora, la responsabilidad obligada, las expectativas frustradas… Los miedos nacen de la verdad inventada por algunos, de esa mentira que alguien que siempre odió la calle ha levantado para explicar su realidad de política ficción y llevarnos hasta un universo paralelo en el que todo lo que nos digan parezca cierto. Se trata de una nueva versión del mito de la caverna en el que la realidad son las sombras y las mentiras proyectadas sobre nuestras vidas manchadas por el dolor.
Cuando todo parecía acabado, resulta que hemos vuelto. Primero rescatando zonas para la libertad y el placer del peatón, recuperando vías para la convivencia, lejos de la dictadura del tráfico rodado. Y más tarde convirtiendo las calles en el lugar de encuentro de la indignación, de los desahuciados de sus casas y  de los que han sido expulsados de sus propias vidas, del movimiento de los parados y de la pausa del tiempo. El lugar donde los estudiantes van a clase y los médicos pasan consulta, el fuego que apagan los bomberos y el campo donde siembran su cosecha los agricultores. Hoy la calle se ha convertido en la fábrica de la sociedad y en la academia donde los hombres y mujeres aprendemos de nuevo a convivir sobre las bases de algo hermoso que llamamos solidaridad. Estamos recuperando la ilusión con la que volveremos a hacer de la calle el foro de la democracia. Porque es lo que más nos identifica como sociedad y lo que con más emociones compartimos.
Hay voceros que quieren presentarla como la residencia del miedo, la selva de los peligros conocidos o la serpiente del riesgo traicionero, y de este modo acallar su llamada.  Un día alguien dio por hecho que la calle era suya y sus acólitos han pretendido colgar el cartel de ‘reservado el derecho de admisión’, como por otra parte consiguieron con las instituciones que aparentemente nos representan... Pero el devenir histórico tiene giros inesperados y nada está nunca lo suficientemente atado y bien atado. Cierto que el asfalto cubrió nuestro mundo y trajo los coches que echaron primero a  los pájaros y después a los niños, para convertirlo en un laberinto en blanco y negro con luces de neón. Da igual, porque ahora mismo la calle se está volviendo a humanizar como destino delante de nuestros maravillados ojos y han vuelto las personas que se reconocen en los otros, pasan las bicicletas, regresarán los niños y retornarán los pájaros: El asfalto también puede ser una alfombra cuando se busca un futuro mejor.



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