domingo, 23 de diciembre de 2012

UTOPÍAS




Uno de los conceptos más bellos de nuestro pensamiento es el que se refiere a la utopía. Pero Utopía escrita con mayúsculas, como el ideal que intentar alcanzar una meta dorada, tal vez incluso irreal y sabiendo que independientemente de los pasos dados siempre la sentiremos a la misma distancia, pues se trata del horizonte hacia el que nos dirigimos. Pero Utopía también como motor fundamental de esperanza para el género humano, sin importar que se le defina como inalcanzable, pero que ha sido una herramienta fundamental para que los hombres a través de la historia hayan mantenido una constante pulsión por el progreso, por desbrozar poco a poco y con gran esfuerzo el camino hacia una sociedad algo más justa y solidaria.
Todo movimiento de cambio que históricamente haya pretendido superar las viejas estructuras sociales en cada momento defendidas como únicas e inmutables, habrá tenido que basarse en un ideario utópico. La pregunta es dónde situar la línea que marca los mínimos indispensables para considerar que habrá servido para algo. Porque si la utopía pasa a ser simplemente un símbolo cuya puesta en práctica es sistemáticamente denegada en el subconsciente colectivo, el movimiento social que se base en la misma será un fracaso absoluto. El ideal utópico se convertirá en un paraíso que no está a nuestro alcance, pero cuya presencia pesará como una losa sobre cualquier posible avance social: Por eso es fundamental que aunque sea imposible llegar a la misma, el hecho de proponer cualquier objetivo menos ambicioso no termine siendo visto como algo negativo, como una renuncia a las propias esencias que no puede ser asumida sin considerarse una traición. Ha sido siempre la maldición de la izquierda: La utopía de cada conjunto ideológico es la Verdad y cualquier otra ola de cambio social ha sido tachada de apostasía al no asumir como único logro ese ideal inalcanzable.
No obstante, si la utopía se configura como faro que guía el camino, evitando considerarla como objetivo único irrenunciable, será cuando realmente funcionará como revulsivo y esperanza esencial para asegurar el progreso del conjunto de la sociedad. El eterno cisma dentro de los movimientos progresistas parte precisamente de esta diferencia insalvable. El cerrilismo de algunos, que convierte a la utopía en credo religioso y no es considerada como faro-guía, ha llevado siempre a la inevitable separación entre posibilistas y maximalistas, consiguiendo finalmente una parálisis en la que, lejos de dar pasos efectivos hacía esa utopía, se deja el camino libre a aquellos que solo viven por y para asegurar exactamente lo contrario, mientras la mayoría se ve obligada a renunciar a cualquier cambio positivo que no se ajuste a la perfección última que se argumenta como fin... Pero si lográsemos que toda persona con inquietudes sociales asumiese su propia utopía sin sectarismos, habría unión para dar pasos en común, tal vez pequeños pero necesarios en ese arduo camino, con independencia de  las ideas particulares de cada uno y sin que nadie tenga que renunciar a sus propias esencias.


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