Se denomina poesía porque el
resultado de lo escrito ha de estar lleno de amor y pasión, ser como un vino
milenario que acaricia las neuronas o una noche donde se desatan las preguntas
y brillan las respuestas, el arte de la palabra que nace como una flor dando toques
de color en un bosque perdido, vive entre aguas subterráneas de una tierra
fronteriza que sólo existe como símbolo para nombrarla, para aproximarse a su
sentido, y es capaz de sobrevivir entre lo baldío como una rosa en el
desierto sin importarle el exilio y la persecución de la belleza. Cada poema
tiene que devenir en un grito desgarrador que rompa el silencio, ser una voz que
te nombra y te mira, y tras la que se puede encontrar el destino jamás intuido.
La poesía encuentra su lugar
en la ternura y la rebeldía, por ello hay que enamorarse de la vida y jugar con
sus formas, con sus sonidos y sus sentidos, también con sus dudas y tibiezas.
Cada verso tiende puentes que nos llevan y nos devuelven a nosotros mismos.
Cala en las sombras como una lluvia imposible que devuelve a la tinta su forma
y su sed de justicia. Desnuda la realidad para mostrar el armazón fabricado por
las multinacionales y los intereses creados de los poderosos. Devuelve a las
palabras su sentido perdido haciéndoles el boca a boca sin vocación de dogma.
Duele y libera aunque sigamos siendo condenados a galeras en una embarcación
sin rumbo. Es el silencio necesario donde todo germina, el espejo donde nos
miramos y nos reconocemos, el dolor y lo terrible desde donde ha de nacer de
nuevo la esperanza.
Alguien escribe poesía sencillamente
porque ama la vida por encima de todas las cosas, ya que precisamente es una
posibilidad que está directamente relacionada con el ser, que es lo contrario de
la cosa. Cada poema es un salto en el vacío, un sujeto para el que están hechos
los verbos y predicados como protagonistas de una aventura única al encuentro
de otras vidas entre presentes oscuros. Un papel en blanco y mudo que espera el
rastro de un conjunto de palabras vivas, únicas e irrepetibles, que dejen en su
rastro las sombras de su vuelo. Sombras y luces ciertas, capaces de resonar en
nosotros y abrir las puertas de la realidad con llaves imaginarias. Es lo real
en toda su terrible y auténtica belleza, matizada con el don de la escritura.
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