Seductora era la
existencia
cuando aún no abrumaba
el paso cansino de
los años.
Felices
transcurrían los días
volando con sus
alas
urdidas en un
tiempo
donde la
esperanza nos decía
que todo estaba
por hacer,
sobre el futuro
de un pueblo
muchos años
aplastado
por las botas de
la injusticia,
un axioma que
alimentaba
sueños donde
habría un mundo
diferente y justo
para todos.
La ilusión aún
intacta
miraba desde las
ventanas
con ojos no
contaminados,
se nos aparecía
inmune
la posibilidad de
un fracaso
hasta que llegó
el momento
en que comenzó a
medrar
el peso voraz del
desencanto.
Nos mintieron
argumentando
que no había
alternativas
a la realidad de
lo conseguido
y la propia
esencia democrática
se nos volvió
frustración
que nos mantuvo
paralizados
durante demasiado
tiempo.
De aquél futuro sublimado
poco o nada nos quedaba,
salvo el exilio
de recuerdos
tal vez
engañosos,
de experiencias
juveniles
de un tiempo
pintado en gris
que se narraban
con añoranza.
Pero aquél germen
de libertad
sólo permanecía
durmiendo
el letargo de los
sinsabores
y hemos vuelto de
nuevo
a recobrar viejas
sensaciones,
descubriendo
ilusionados
junto a los más
jóvenes
que lo soñado aún
es posible.
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