lunes, 16 de julio de 2012

MATRIMONIOS


Hay palabras que cambian de sentido con el paso del tiempo y otras que no; sin duda, porque hay palabras que carecen de sentido. El significado de la palabra amor nunca ha cambiado. Desde el principio de los tiempos la humanidad sabe lo que significa amar, si bien algunos desdichados se limitan a intuir sólo la teoría del concepto y no la práctica que significa la mayor recompensa que puede darnos la vida. El amor, en cualquiera de sus facetas nos engrandece; amor al arte, a la naturaleza, a los padres, a los hijos, a los amigos y hasta a las mascotas que, por demás, nos rinden cariño incondicional sin apenas exigencias a cambio. Pero de todos los amores, no hay ninguno tan perfecto ni satisfactorio como el de pareja, que nos complementa, nos equilibra, nos sube las endorfinas, la autoestima y nos hace crecernos en las dificultades.

Este amor que, desde el albor de las civilizaciones ha podido darse entre personas del mismo o diferente sexo, nunca ha cambiado de significado. Su sentido no es alterable, porque es eterno y así se ha reconocido en todas las culturas y a lo largo de los siglos. Otra cosa es el término matrimonio que intenta conciliar amor con burocracia; dos cuestiones que casan tan mal que terminan a veces siendo incompatibles. El amor no debería seguir más norma que la suya propia, la que lleva al cisne a reconocer su pareja por un simple instinto de fidelidad que no haya de poner letra de obligatoriedad en los papeles. El amor por natura debería ser placer y nunca deber, en todo caso. Por eso, mientras la palabra amor permanece inmutable en la historia, la palabra matrimonio envejece fatal y se cuestiona, tal vez por estar mal planteada desde su etimología, que lo reconoce como ‘oficio de madre’. Para empezar, se trata de una palabra sexista, ya que elimina el oficio de padre y desprestigia a aquellas uniones de hombre y mujer que deciden no procrear –un derecho legítimo- o esas otras que, por agravio de la naturaleza, son incapaces de fecundar ¿Se podría decir de un matrimonio estéril que no lo es?

Pues en una situación parecida queda el  matrimonio homosexual, del que se presume la imposibilidad de descendencia. El PP parece empeñado en tachar esta realidad de incongruente, como si las parejas homosexuales se dieran solamente entre la izquierda, y fuera algo ajeno a sus simpatizantes, lo cual queda del todo desmentido si observamos ese impagable documento gráfico en el que se puede contemplar al entonces Alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, después de oficiar la boda de dos militantes populares, Manuel Ródenas y Javier Gómez. La homosexualidad no es un signo ideológico sino otra faceta amorosa tan antigua como la mitología griega y la Biblia, y, sin embargo, difícil de encajar en la palabra matrimonio que, más que antigua, nació ya vieja.

La solución al problema tal vez no sería intentar cuadrar las nuevas realidades - bodas gays- en un concepto tan caduco, dentro del cual cabe tan poca cosa y renovar la dichosa palabreja a favor de otra en la que podamos entrar todos de un modo menos dificultoso que un camello por el ojo de una aguja. Está claro que si la palabra matrimonio cambia tanto de sentido es porque no tiene demasiado sentido en sí misma, más allá de los dolores de cabeza que causa a la RAE y las disensiones que provoca entre los ciudadanos. Teniendo en cuenta lo pronto y lo mal que suelen acabar los matrimonios en estos días, quizá lo mejor sería volver al sentido primigenio de la palabra amor que no descarta a nadie. Antes que casarse los unos contra los otros, sería preferible optar por el amor omnímodo.
Ya que ahora el gobierno nos empobrece y nos vemos con escasos bienes gananciales que negociar, nos podríamos permitir el lujo, al menos, de ser románticos. Ámense, sean felices en su vida de pareja y olviden esa insensata idea de casarse...



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