lunes, 25 de junio de 2012

VISTAZOS


La historia sangra, lo ha hecho con manantiales de tristeza y desesperación durante siglos. Es difícil encontrar motivos para expresar que la realidad haya sido satisfactoria, que nos podamos sentir orgullosos de cada herencia recibida, porque hasta la filosofía y el arte nos hicieron pagar un tributo muy alto en sufrimiento humano.

Nos queda la esperanza en un mejor mañana, pero algo se estremece profundamente cuando en el mapa del ahora se contempla  la terrible abdicación que estamos ejercitando, aún contando con más recursos que nunca, sobre un futuro sin aliento. Resulta obvio que cualquier generalización es idiota e ingenua: Tenemos identificados a los genuinos culpables de los retrocesos infringidos, pero eso no nos puede servir de disculpa: Conocemos el origen de todos los males, razonamos los remedios que sanarían esta intoxicación de iniquidad coagulada y tenemos los medios para combatirlos... Pero sin embargo el virus nos habita como una enfermedad que paraliza las voluntades destinadas a modificar estos hábitos insensatos que aportamos para perpetuar la epidemia y el mal. Intentamos consolarnos en la confianza de que durará solamente un tiempo hasta que lleguen otros y arreglen la barbarie. Como si tuviéramos goteras que con una chapuza aplicada razonablemente sería suficiente para regresar a la normalidad, cuando realmente no es así y un cáncer palpita en el planeta.

Nos encanta la belleza y eso podría resultar ennoblecedor, es cierto. Pero la evidencia es que destruimos lo que nos rodea, desolando los paisajes y privándonos de aquello que nos habría de ser tan necesario como el acto de respirar: el despertar al arrullo de los pájaros,  vadear los ríos y saciar la sed con nuestras manos, respetar la vida silvestre, sus aromas y rubores, extasiarnos contemplando el mar olvidados del muro de cemento que hemos levantado en sus orillas...

Estamos creando un mundo virtual que nos encandila… Y en principio no ha de ser negativo de por sí, pero el problema es que en ese proceso educamos a los sentidos para no necesitarlos, al menos de la manera en que hasta ahora lo hemos hecho. Amputamos nuestros cuerpos de sabores y fragancias, de la misma manera que cercenamos aceleradamente la variedad de la vida en el planeta que nos acoge.  Y el crimen apenas tendrá culpables cuando entre a formar parte de los libros de historia.

Ahora mismo, en el mismo núcleo del mundo rico del que creímos formar parte, nos acosa la pobreza, hasta ahora tan lejana y televisiva. La misma que formaba parte del escenario habitual de nuestra clemencia y de la que nos aprovechamos para que alimentara nuestra sed de consumir y limpiase los detritus. ¿Qué ocurrirá cuando se instale definitivamente? En el ayer podemos encontrar algunas consecuencias temibles y los modelos a los que nos acercamos. Lo peor de todo es la maldita inercia que nos ha empujado hasta el mar de la indolencia...

No hay comentarios: