sin la desazón de la nostalgia
por un tiempo que no existe
y donde se anude al presente
la compañía que en los sueños
es ese asombro que precisan
mi boca, mis manos y mis ojos.
No me queda más fortuna
que el aire que me agoniza
en el interior de los pulmones
y esos suspiros que ya nunca
alcanzarán el cielo adolescente
cautivo en las sendas del ayer.
No me quedan más edades
para ofrecerle a nadie
ni siquiera una que me sostenga
o me sirva para conjugar
los verbos del tiempo del futuro.
Por eso necesito una edad
que aprenda tu nombre y lo ame,
que me sacie de plegarias la piel
y me abone el corazón
con el suave tacto de la esperanza.
A cambio te ofrecería una manera
de arrancarnos juntos los flecos
que suturan nuestras cicatrices
para existir en un tiempo situado
muy por encima de las edades
porque sólo existe en un presente
elaborado en el querer de cada día.
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