No puedo dejar de pensar en la imagen de Rajoy mientras argumentaba que el espíritu de la Pepa es el mismo que el de su partido. Se me revolvieron las tripas, y aún persisten los efectos porque es imposible tener más cara dura... Cierto es que la bicentenaria Constitución de 1812 significó una buena barrida de reformas sólo que apuntaban en sentidos del todo opuestos a los del PP. Para exponerlo en una especie de titular, la Pepa abogaba en ellas por la libertad y las del gobierno por la esclavitud. De suerte que se diría que Rajoy y sus secuaces están más en la línea de Fernando VII, que obligado por las circunstancias lanzó aquella célebre hipocresía de “marchemos todos y yo el primero por el camino de la Constitución”, para luego contraatacar con su más legítima máxima, “vivan las caenas”, que es lo que pinta esta reforma laboral a todas luces.
Sabemos que la economía suele
estar en muchas ocasiones por encima de la dignidad humana. Ya lo decía el
maestro Manuel Vicent, que no hay próspera potencia, ni impero alguno que no se
levante sobre las espaldas de los esclavos. Vemos lo que ocurre ahora mismo en
China, cuya idiosincrasia productiva alaba Rajoy por otra parte, que consigue
rendimientos asombrosos a costa de jornadas infinitas con ínfimos sueldos de
una masa de obreros, bien vigilados por el ojo implacable del Gran Hermano de
su gobierno. O en Estados Unidos donde una multitud de latinos están dispuestos
a dejarse el pellejo en el curro. Son los verdaderos patriotas, pues, de su rendimiento
depende la solvencia del imperio, aunque la verdad es que no trabajan
conscientemente por una patria que no es suya, sino por simple afán de
sobrevivir.
Por aquí no nos quedan
colonias para proveernos de esclavos y los inmigrantes se nos están yendo, pero
sí que hay un montón de autóctonos desesperados a pique de venderse por un
plato de lentejas. La dignidad en casa del pobre es cosa vista y no vista. Encima
te dejan clarito que lo que hay es lo que hay: un contrato basura, un despido barato y cinco millones esperando
para ocupar tu puesto. Como para no conformarse... Cuando hablamos de comer ya son
palabras mayores y eso exige abaratarse. La autoestima no es asunto de quien ha
de pagar una hipoteca y mantener una familia. Corren otros tiempos y nuevas
filosofías del trabajo circulan en forma de consignas, agregando además como
herramienta la cizaña para que los ciudadanos de a pie se cabreen entre sí, en
lugar de unirse en causa común contra los poderosos que los alienan.
Esta estrategia, diseñada
desde arriba, funciona como un mecanismo de relojería. Los parados recelan de
los trabajadores privilegiados y estos de los propios parados, pues suponen que
se enriquecen a costa de la economía sumergida o los tachan de falta de
iniciativa por no ser emprendedores. Otra consigna oficial es la de que la
miseria no es sino vagancia y falta de imaginación. En fin, que no es de recibo
irse a rebuscar en los contenedores, cuando uno puede montar una empresa por
cuenta propia. Estaría bueno esperar a que el Gobierno creara empleo como si,
en alguna ocasión lo hubiese prometido...
Y así sumergidos en esta nueva
metodología de los enfrentamientos, el encono no es sólo entre parados y
trabajadores sino incluso entre estos últimos que, con el despido como espada
de Damocles suspendida sobre sus cabezas, recelan hasta de los propios
sindicatos cuando les proponen formas de lucha como la huelga como única salida
para hacer frente a las reformas. Y muchos se niegan, con el peregrino
argumento de que es hacerle el juego a los sindicatos, que son, según el
argumento de moda, unos liberados, vividores, ventajistas, subvencionados del
gobierno y quién sabe cuánto más. Por el contrario, prefieren hacerle el juego
directamente al gobierno, sin oponer resistencia alguna lo que nos hace acabar
infinitamente más jodidos. Quien conoce el contenido de las dichosas reformas, sabe
muy bien de lo que hablamos. Rendirse a ellas sin condiciones es convertirse en
cómplice del propio mal que estamos sufriendo.
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