martes, 21 de febrero de 2012

EL ESPEJO Y LOS LIBROS



Cuando aquella vieja librería cerró, los libros fueron retirados de sus estantes y malvendidos en un puesto de mercado callejero. Con ellos también desaparecieron los escasos muebles y las muchas estanterías que se repartían el espacio. Todo cambió: los colores de las paredes, las luces, el acabado exterior, y hasta los cristales transparentes de antaño fueron sustituidos por unas vidrieras más acordes con la nueva función del local, una cafetería. Sólo un viejo espejo enmarcado en la más noble de las maderas fue preservado de la criba que había sufrido lo que antaño le rodeara. El nuevo dueño pensó que aquel bello objeto podría quedar bien dentro del nuevo ambiente y lo guardó para volver a colocarlo en la pared cuando terminaran las reformas.

Tres meses después la cafetería estaba lista para la inauguración: mobiliario, maquinaria y hasta la gran barra de mármol brillaba al fondo de la sala dispuesta a cumplir su labor de servir como centro neurálgico del local. Fue entonces cuando recordaron el gran espejo y decidieron colgarlo en una de las aun vacías paredes, pero al sacarlo de la vieja manta que lo envolvía, todos notaron algo extraño. El brillante cristal, lejos de devolver la imagen de sus rostros, mostraba en su reflejo libros y más libros pulcramente colocados en los estantes. Era un espejo con memoria... Y sentimientos.

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