domingo, 29 de enero de 2012

FILM NOIR



Se encendieron las luces, acabaron los títulos de crédito y la mujer seguía sentada, ya rodeada de silencio y con el característico olor a palomitas de maíz flotando por el aire de la sala. La empleada se le acercó pensando que dormía y en lo primero que se fijó fue en los ojos cerrados y el rictus parecido a una sonrisa que le enmarcaba la boca. No hizo movimiento alguno cuando le pidió por favor que se levantara y fue entonces cuando el detalle fundamental se hizo presente ante los aterrados ojos que la contemplaban: No era un collar rojo lo que lucía en la garganta: Era sangre que provenía de un tajo perfecto y preciso que la había degollado.

Meses después, en la película que hicieron basada en aquél caso, la acomodadora gritaba como si la vida le fuera en ello. En realidad la muchacha quedó tan paralizada por la sorpresa y el espanto que no emitió sonido alguno. Independientemente del hecho en sí, lo que resultaba del todo inverosímil era contemplar una reproducción fiel de la escena con la que comenzaba la película que habían acabado de proyectar.

Los pensamientos y las sensaciones le salieron a borbotones a la muchacha en cuestión de segundos. Lo curioso es que se trataba de la única escena que aún había podido ver de la obra en cuestión, aprovechando los instantes en que, armada de su linternita, guiaba hasta sus asientos a los espectadores que llegaban tarde. Se había dicho que en su próximo día libre vendría a verla porque le encantaban las historias de crímenes y de esta las críticas habían sido excelentes aunque no hubiese dispuesto de muchos medios al ser la opera prima de un director casi desconocido. No podía saber entonces que poco tiempo después habría una versión americana donde el guión reproduciría la escena de la primera película y la mostraría a ella caminando en la penumbra, intentando espiar en la pantalla para averiguar por qué a los espectadores se les escapaba un grito nada más empezar la proyección...

Esa era la razón por la que no podía saber que en ninguna de las dos versiones asesinaban a una espectadora sentada en su butaca. Y no ocurría porque la que en verdad aparecía con el cuello seccionado era la propia acomodadora. No lo sabía, claro, pero tuvo tiempo de imaginarlo cuando sintió el tirón en el pelo y la sensación de que le arrancaban el collar rojo que jamás quiso ponerse para ir a trabajar...

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