jueves, 29 de diciembre de 2011

ALGUNAS REALIDADES



Se pueden hacer reflexiones sobre la realidad y las posibilidades que nos ofrece para entenderla. Pero sin olvidar la vara de medir las consecuencias sociales de tal hecho, porque más tarde o más temprano pueden influir en la conciencia de otra gente... Hay que tener claro la posición última que se adopta y el sendero que optamos por seguir. Si uno concluye que no se está en condiciones de entender la realidad, entrará en contradicción con la posición que pueda mantenerse sobre la posibilidad de cambiarla.

Ciertamente, lo que cada uno sabe de la realidad no es un conocimiento absoluto, siempre será aproximado y relativo por lo que existe un enorme margen para profundizar más. Pero que sepamos poco debe actuar como un acicate, no llevarnos a la frustración de tirar la toalla y dejar que sea otro el que la interprete y saque conclusiones en nuestro lugar. El proceso de adquirir conocimientos casi no tiene fin porque siempre habrá más cosas por conocer que las ya conocidas y en ese sentido el tiempo actúa en nuestra contra. Pero este escenario en ningún caso justifica la queja del escéptico sobre que no tenemos certeza ni verdad de nada. Que absurdo...
El avaro no disfruta de la riqueza que tiene y sólo piensa en lo que no tiene o lo que todavía está por tener. También hay avaros del conocimiento. No disfrutan del conocimiento que ya ha acumulado la humanidad, sino que sólo piensan en lo que está aún por conocer. No viven del tener sino del no tener. Esta posición genera desaliento y desánimo. Nos lleva a pensar que con el conocimiento del que disponemos nos resultará imposible hacer un mundo mejor.

También es cierto que saber algo, por si mismo puede no llegar a significar nada. Es fundamental tener claro lo que ese hecho influye en nosotros y lo que decidimos hacer con lo que sabemos. El primer paso será distinguir entre lo verdadero y lo falso. No es cosa baladí, porque en un mundo tan interconectado como en el que vivimos, las redes sociales, los medios de comunicación y la publicidad lo mediatizan todo. Hay casos en que resulta sencillo. Por ejemplo: Decimos de una persona que es falsa cuando se comporta como lo que no es y sonríe cuando sabemos que está llena de odio. Decimos igualmente que un objeto es falso cuando es de imitación. Es cierto, en la realidad hay cosas falsas, pero igualmente también hay muchas otras verdaderas. La guerra y el hambre son realidades de verdad, como lo son el sufrimiento y las muertes que generan.

Por lo tanto no es cierto que todo sea falso. Tal aseveración es un torpedo dirigido directamente a la línea de flotación en las filas de los que luchan por la transformación del mundo. Desde tal óptica, la gente no hará nada, aunque el mundo se le venga encima. Si declaramos que todo es falso, no reconoceremos las verdades elementales que deberían movernos: que hay una minoría rica hasta la desproporción y mayorías que son pobres hasta la inanición. Y sin una percepción clara de este hecho social, sin una percepción de esta verdad, no se puede transformar la realidad.

Las dudas son inevitables, no es algo negativo. Siempre es bueno tener ciertas dosis de escepticismo. Pero, ¿con qué propósito? Pues para usarlo como herramienta para saber más. La duda es nociva cuando nos lleva a dudar de todo y de todos, ya que nos quita las esperanzas y las ilusiones de que el mundo pueda ser transformado. Nos impide aspirar a una sociedad mejor y la vida se torna entonces oscura e infeliz. También necesitamos soñar, porque la historia nos enseña que hay sueños hechos realidad y sin ellos la humanidad nunca avanzaría.

Pero no se puede vivir de sueños, sino de realidades. El peligro radica en confundirse y que el idealismo actúe como una cortina de humo. Tampoco es correcto afirmar que mientras se sueña, el sueño es la realidad, porque esa utopía no existe: Si una persona se está muriendo de hambre, no la salvará soñar que está sentado ante una mesa repleta de alimentos. El sueño en este caso deberá tomar el camino más justo y práctico, en el sentido de cambiar las relaciones sociales y económicas que posibilitan que esto ocurra. Lo más triste es que a veces soñar es lo único que se tiene como válvula para escapar de una realidad cruel e injusta. Pero eso no vale cuando se está en disposición de influir para que la justicia se imponga y se tienen a mano mecanismos para hacerlo. No hay nada peor que evadir nuestro compromiso de lucha por la transformación de la realidad con tal pretexto: Nos convierte en cómplices.

Y si tras tantas reflexiones concluimos que se trata de transformar la realidad para mejorarla, ha de imponerse el concepto de solidaridad pero sin estar mediatizado por los engaños del sistema. No se trata de solidarizar la riqueza, sino de que los menesterosos recuperen lo que es suyo porque les asiste ese derecho. A partir de ahí, se admiten alternativas. Para que nadie acuse de inconcreción, sólo queda por decir que es un puro sueño creer que se pueden cumplir derechos colectivos en una sociedad donde predomina la propiedad privada sobre los medios para producir riqueza. Y desde mi muy personal verdad, puedo asegurarles que si piensan que esto último es idealismo, están muy equivocados.

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