domingo, 25 de septiembre de 2011

SANIDAD DEMOCRÁTICA


Los que han llegado a definir la democracia como un abuso de la estadística tal vez no imaginaban hasta qué punto iban a poner el dedo en la llaga del lugar hacia el que se deslizaría el sistema, convertido en un letrero de neón brillando en lo más alto del escaparate de Occidente. En el S. XIX, el francés Alexis de Tocqueville, un ideólogo del liberalismo, cantaba la necesidad de que los pueblos se gobernasen, pero al mismo tiempo exhibía su preocupación ante la probable avalancha de mediocridad grosería, escándalo y torpeza que llegarían a tener por esta vía los que manejarían los resortes del poder popular. Por desgracia, nuestra experiencia de hoy nos dice que no le faltaban razones en su argumentación.

Lo que no podía prever era la gradual perversión de la democracia: ese lento proceso de manipulación mediante el cual los pueblos han ido dejando de ser soberanos. La democracia ha sido secuestrada por los representantes del pueblo, es duro decirlo pero es lo que hay. El sencillo mecanismo de elección de los gobernantes ha terminado convertido en un artefacto para impedir todo cambio, en manos de unos partidos que se insultan, gesticulan aparentando grandes controversias y se turnan en los cargos sin dejar nunca de obedecer al auténtico poder, el que está –dicho en sentido literal- detrás del trono.

¿Y cuál es ese poder? En realidad no hay misterio alguno porque lo hemos visto actuar desembozadamente al comenzar la crisis y lo vemos ahora desafiar y provocar a los ciudadanos con sus balances, los ‘bonus’ para los grandes directivos y la política de despidos masivos para los trabajadores. Ya ni siquiera cree necesario disimular: El poder está en las multinacionales, los bancos y el capital especulador… En su honor hasta se modifican constituciones sin contar con la opinión de los electores, sea legalmente preceptiva o no la consulta previa. Como si todo lo ‘legal’ estuviera íntimamente ligado a lo ‘moral’, cuando sabemos perfectamente que no es así.

Hay otra realidad de poder que está empezando a constituirse: Internet, donde los cibernautas organizados en red se mueven en un mundo propio, intentando abrir nuevos cauces organizativos y de participación. El mundo del poder y sus estructuras (sus seudo democracias, las ‘partitocracias’), intentan ignorarlo o acallarlo, en parte porque no lo entienden. Prefieren omitirlo, o en todo caso considerarlo como una moda pasajera. Y cuando este otro mundo, casi siempre subterráneo, estalla y emerge, se intentarán poner parches a las exigencias del pueblo enfurecido y se pondrán a punto de nuevo los mecanismos de control para monitorear una vuelta a la ‘normalidad’.

En España los sin voz se están dejando oír y se han hecho presentes desde el 15 de mayo pasado. Una gran cantidad de organizaciones populares, casi todas nacidas al amparo de la red, han revolucionado la manera de afrontar los hechos sociales del día a día. En el mundo árabe está sucediendo otro tanto de lo mismo. Incluso en una sociedad como la israelí, puesta por algunos como ejemplo de democracia en aquella parte del mundo, la gente expresa a voz en grito su hastío. Son una profusa mezcla de ideologías y creencias que ansían hacerse ver en la calle y cambiar las cosas establecidas desde una superestructura organizativa que no cuenta con ellos.

Por lo que respecta a este país, va a resultar interesante comprobar si el Poder con mayúsculas tendrá tiempo para readaptar los mecanismos de control teniendo como referencia las elecciones del 20 de noviembre, uno de esos días señalados en el calendario democrático para el cambio de guardia: El día en que un partido da un pasito atrás y otro ocupa su lugar para que siga habiendo más de lo mismo.

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