sábado, 3 de septiembre de 2011

EL AGUA



El ser humano siempre ha tenido una relación muy especial con el agua. No en vano cuando realmente nos sentimos a gusto, utilizamos la expresión ‘sentirse como pez en el agua’. Tal vez también lo hagamos porque la inmersión en ella nos devuelve al estado originario más feliz, cuando ajenos a cualquier amenaza exterior, bien caldeados en el útero materno flotamos felices en el líquido amniótico. La salida brusca de tan delicioso limbo, explica que casi todos vengamos al mundo llorando, pero incluso el llanto, que a la vez alivia, también significa agua.

El líquido elemento gratifica y recrea el cuerpo, así lo han entendido las culturas más sibaritas, convirtiéndolo siempre en fuente de recreo y solaz: desde los baños árabes a los turcos, pasando por las termas romanas hasta llegar a los balnearios decimonónicos donde la concurrencia de la aristocracia decadente inspiraba los relatos de Chejov. El ritual del baño sigue siendo hoy en día un lujo para privilegiados, un síntoma de distinción y presunción. Prueba de ello es que no hay rico nuevo que no instale piscina en su flamante chalet, ni jacuzzi de trescientos chorros en sus múltiples cuartos de baño, ni presuma de quitarse el estrés con un fin de semana en un hotel de cinco estrellas con servicio de spa en la habitación.

A los pobres, en cambio, nos queda sólo la ducha. Y si es en Canarias el consuelo tampoco da para mucho, porque el agua es escasa y el rito hay que realizarlo de prisa y corriendo para no poner en alerta nuestra conciencia ecologista. Ya se encargarán de derrocharla en los tropecientos campos de golf que reverdean incluso en los lugares de secano más históricos. Afortunadamente, al común de los isleños, a falta de agua potable le queda el mar que, además de gratuito, puede llegar a ser una fuente inagotable de regocijo y placer.

Resulta complicado con la crisis el abrirle los poros a los lúbricos placeres de las saunas. No obstante, nadie nos podrá quitar nunca el mar inmenso hasta donde no se acaba el horizonte. Ésta es nuestra gran posesión y nuestra enorme fortuna como isleños mientras que tengamos cuerpo y gusto para disfrutarlo. Pues, frente al sobrevalorado e importado prestigio de los baños de cocción en agua dulce –delicias, en fin, de invernadero- nada hay que más estimule cuerpo y alma que una inmersión en agua marina, con su espuma, sus olas de verdad y el toque salino que da suavidad a la piel y tono de miel tostada al bronceado.

Siempre que regreso de darme un chapuzón, lo hago hecho un brazo de mar, es como si algo me hubiese limpiado por dentro. Y además agradezco infinitamente toda esa poética de imágenes playeras donde el cuerpo y el mar en perfecta comunión evocan la más variopinta gama de sensaciones y sentimientos. En la liviandad de la semidesnudez, como un punto de interrogación en el paisaje, cualquier ser humano puede ser lo que quiera. Y no puedo negarlo: Me fascinan las mujeres, da igual su edad o condición, porque llevan consigo ese aire de haberse liberado de todas las máscaras para poder estar, al fin, solas consigo mismas. Si el cuerpo desnudo es ya en sí mismo emblema de provocación y rebeldía, asociado al mar (la fuerza más indómita de la naturaleza) expresa toda una orgía de libertad. Ningún diálogo tan abierto como el del cuerpo y el mar, ni ninguna sensación tan vivificadora como la de volver a nacer entre sus abrazos de espuma.

2 comentarios:

Antoniatenea dijo...

Una oda a un placer ancestral, el baño de mar... y tu alegría de vivir impregnando el escrito sin dejar al lado tu parte ecologista. Los campos de golf son más que discutibles en un clima como el nuestro. Te comprendo y me gusta tu escrito.. me voy ahorita a la playa que después de leerte me han entrado unas ganas locas..ayer ya estuve y fue delicioso.Un abrazo.

Josep Vilà i Teixidó dijo...

Brillante Paco.
Muy de acuerdo con el contenido.
Este año poca playa he visto. Por no querer, me molesta esa aglomeración que se dá en algunas de esas extensiones de arena, en las que ni el ruido del mar puedes oir.
Bendigo la paz cuando ella existe. Septiembre és un buén més para ir a la playa en las zonas urbanas.
Sé que allí lo teneis mas fácil.
Aquí la gente se pelea por un palmo de sol y por oir los dimes i diretes de sus vecinos de toalla y bocadillo.

Un abrazo.