martes, 23 de agosto de 2011

ARRODILLARSE



Siempre he considerado
que arrodillarse es humillante:
Es la posición del sumiso o del vil,
del que acepta resignado
la supuesta supremacía
del que ordena y manda,
o del que utiliza ese gesto
como táctica para escalar
las más altas cotas
de la degradación y la ignominia
y es capaz de cualquier cosa
para lograr su felonía.
Creo firmemente
que la acción de arrodillarse
cualquiera que sea el suelo
que pisen nuestras rodillas,
afrenta incluso
al que es testigo y no lo impide.
Sólo conozco una singularidad,
que por otro lado
es gozosa excepción a la regla,
porque el acto se convierte
en satisfacción y deleite
para los que de él participan:
Ocurre cuando el sexo
lo exige glotonamente...
Hermosa circunstancia esa,
que debería ser considerada
exquisito mandato divino.

1 comentario:

MARTHA dijo...

Me he arrodillado tantas veces en mi vida por diferentes razones,ninguna de ellas a minado mi dignidad,de repente y si he ganado en ella,y en total felicidad,se arrodilla uno a levantar un caido,a besar el suelo que te alimenta o en el que has nacido,se arrodilla uno en el sublime acto de orar o agradecer,como todo en la vida de dos caras resulta ser,en cuanto al disfrute de un sexo goloso,si debiera ser mandato universal....se le quiere poeta,un abrazo.