sábado, 6 de agosto de 2011

APOCALIPSIS



Algo que parece estar en nuestros propios genes vuelve a aparecer con fuerza en los últimos tiempos, en que desde algunos sectores detectan síntomas de nuestra posible extinción por cualquier sitio y desde todos los ángulos. Es como si padeciésemos una hipocondría colectiva, cierta ansiedad morbosa con respecto a nuestra salud como especie. Desde esa perspectiva somos como el teatro, que desde que tengo uso de razón vengo escuchando que está herido de muerte y ahí sigue tan campante, si no más sano que nunca...

Si, como decía Goethe, los acontecimientos futuros proyectan su sombra por anticipado, y esa sombra es la de una catástrofe global, ¿hemos de considerar seriamente la catástrofe como una posibilidad con ciertas dosis de verosimilitud? Las sombras son tan sólo sombras, otra cosa es la imagen que nuestro subconsciente ve en ellas. Un asteroide que impacte sobre nuestro planeta, un virus que provoque una pandemia, una crisis económica que desate otra guerra mundial, tal vez definitiva... Son eso: ¿sólo sombras o algo más?

Como un extraño huésped, en nosotros está latente el Apocalipsis. Quizás la religión haya tenido mucho que ver con eso. Y también la delgada línea que a veces ha separado la ciencia entre lo que debería ser prestar un servicio a la humanidad o utilizar los avances tecnológicos a favor de la industria de la muerte. Sea como sea, el inconsciente colectivo señala el ‘Fin de los Tiempos’ cada día con su tembloroso dedo. ¿Qué nos estará diciendo?

Algo estamos pasando por alto. Puede que nuestra neurosis colectiva esté llenando de nubes el cielo para que podamos ser conscientes de que el sol existe. Puede que nuestros peores vaticinios no sean más que un dolor fantasma, algo que sentimos de verdad pero que carece de causa alguna. Puede que el miedo a lo que ha de venir suponga en el fondo una necesidad de cambio, una transformación de nuestra conciencia y, por lo tanto, de nuestros intereses. O puede que no...

Y ahora tocará darle vueltas a lo que pueda acaecer en el año 2012, cuyo 23 de diciembre se ha consagrado como nueva fecha para el Fin del Mundo. Hay grupos que se coordinan a través de internet para hacer frente al imaginario desastre. Lo mismo que Noé, han escuchado una especie de mandato divino o descifrado códigos con mensajes al respecto provenientes de civilizaciones antiguas. Cualquier sombra se reinterpreta como signo de que está llegando el momento en que se hagan realidad las profecías, y las nuevas arcas han de ser refugios subterráneos, alejados de las costas y de las centrales nucleares.

Pudiera ser que el acontecimiento que haya de extinguirnos no suceda nunca porque la catástrofe ya ha anidado en nosotros, y nos estamos muriendo lentamente de puro miedo. Me inclino a pensar que las sombras del futuro vienen de nosotros mismos. Son síntomas de nuestra necesidad de cambio. Lo que ocurre es que hay una revolución pendiente en el corazón de cada hombre y muchos ni siquiera se dan cuenta.


No hay comentarios: