domingo, 3 de julio de 2011

Y ESCRIBES...



Casi sin darte cuenta
te conviertes en una especie
de notario que anota cuanto ve,
cuanto medita, cuanto imagina,
y lo transforma en partículas
de palabras que son como dibujos
en la ventanilla polvorienta
de un viejo coche abandonado:
seres humanos, pájaros,
ramas, sentimientos,
locuras, soledades de cemento,
infamias y amaneceres,
ruido de motores
y la belleza exhausta del paisaje
van cayendo lentamente
de la raíz de tu pluma…
Acabas por ser como el viajero
que todo lo observa
bajo el telón de fondo
de su propia perspectiva,
permitiendo al mismo tiempo
que el yo se descubra a sí mismo
al alzar la tapa de lo real,
del mundo inalcanzable
que fluye a través de los ojos.
Y surgen poemas por sorpresa,
a la espera de un orden
que jamás llegará a componer
una sintaxis que nunca llega.
Se cumple de este modo
uno de los propósitos del viaje:
ponerte al día con la propia vida,
y concebir la ilusión de un recomienzo.

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