viernes, 29 de julio de 2011

EL FALSO TABIQUE



Maldita sea la hora en que me metí a hacer reformas en casa... No hubo problemas a la hora de ejecutarlas, pero el resultado final es otra cosa. Todo por culpa de un falso tabique que decidí levantar en el salón, que no ha sabido asumir su finalidad en esta vida. No pueden imaginarse lo complicado que puede llegar a ser convivir con un falso tabique que no se reconoce a sí mismo como lo que es. Ha acabado por darle a su existencia un significado que realmente no tiene y nunca hemos sabido muy bien qué actitud tomar para no dañarle en su autoestima...

Pero ese comportamiento nuestro de no obligarle a confrontar la verdad no ha ayudado a que el falso tabique la afronte como debiera. Reconozco que lo hemos tratado como si fuera un tabique verdadero, aplicándole todo tipo de tratamientos: Pintarlo, empapelarlo, colgarle cuadros, empotrarle estanterías para libros... Pero la buena intención ha resultado contraproducente y hemos tenido que recurrir al servicio de profesionales.

Los tratados de psicología tabical no aportaron una solución satisfactoria, así que pedimos consulta con La Doctora Naripa Rodríguez, del Departamento de Bricología de la Universidad de Charco del Pino. Su consejo fue que lo mejor era dejarlo vivir en su error dado que no constituye ningún peligro ni para él ni para el resto de la vivienda. Pero algunos de sus compañeros de departamento mostraron su oposición más radical a esa solución, argumentando al respecto que el tamaño del tabique nasal de su docta colega no parece hacerle demasiado juego al de su cerebro...

Como resolución a esta problemática, la mayoría recomendó someter al tabique a una cruda exposición de la realidad. Puestos a la tarea, proyectamos sobre él escenas de películas cuyos protagonistas son los tabiques más famosos de la historia: El Tabique de Berlín, el Gran Tabique Chino o los tabiques nasales de Mike Jagger, Amy Winehouse (Q.P.D.) y la tía esa de Telecinco de cuyo nombre no quiero acordarme. Si aun así el tabique insiste en su actitud ya deberíamos pasar a una terapia de choque, que consistiría en internarlo en alguna institución adecuada donde sería convenientemente acolchado.

Esperemos no llegar a semejantes extremos, por el coste que nos supondría. Aún nos queda tratar el problema de un zócalo con trastorno obsesivo compulsivo que tenemos en el baño... Y eso sí que nos va a salir por un ojo de la cara. Resulta que tiene bloqueada la entrada: está empeñado en que es una obra de arte y que debería estar en el del Museo del Prado. Dice que no cejará en la lucha hasta que lo consiga.


Lo dicho: ¡Malditas reformas!


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