jueves, 14 de julio de 2011

EL ÁMBITO DE LO ÍNTIMO



En general hay consenso sobre que el ámbito de lo íntimo ha de ser respetado. Pero también hay serias divergencias respecto a cual es la frontera de la intimidad. Aleatoria cuestión, pues se vuelve dependiente de costumbres, normas y relaciones de fuerzas muy poderosas y cambiantes. En todo caso resulta evidente que se halla amenazada cuando el entramado social tiene fuerza para hurgar en las conciencias, por ejemplo torturando, o mediante instrumentos como la obligatoria confesión. Instrumento este último para abolir las fronteras de la intimidad mucho más eficaz que la fuerza, como bien saben en El Vaticano, pues la Iglesia marca a hierro las conciencias para que sólo en la desnudez íntima de la confesión quepa la reconciliación con uno mismo.

Si desvelar la intimidad ajena ha sido una constante (sea por procedimientos inquisitivos, coercitivos sin tapujos o persuasivos en apariencia), no lo es menos en determinadas circunstancias el deseo de exteriorizarla. De esta complicidad se han beneficiado los publicistas, la prensa amarilla y rosa, y desde luego, de un tiempo a esta parte, la televisión. En cualquier caso, más o menos reducida en su espectro, la intimidad del otro debería ser un reducto inalterable. Pero como un pescado que se muerde la cola, si no fuera tabú no habría deseo de franquearla. Para limitar tal contradicción han de haber leyes, y desde luego no valen argumentos como la libertad de expresión para posibilitarla: Lo ocurrido con el tabloide inglés es un ejemplo llevado a límites extremos, pero el virus está contaminando cada vez más incluso a los medios que se presuponen ‘más serios’.

Sentimos que la intimidad es nuestro verdadero ser, oculto en ocasiones por la obligación de adecuarse a circunstancias ajenas, o al guiñol social determinado por relaciones de fuerzas afectivas, económicas, morales o políticas... Podemos estar reconciliados con este ser íntimo o por el contrario vivir una impostura, pero en todo caso experimentamos que acompaña todas nuestras representaciones del mundo y marca el papel más o menos cambiante que nos asignamos en él.

Todos sospechamos que el impulso que nos lleva a comprar un determinado objeto es en realidad un acto de obediencia. La cosa no es muy diferente tratándose de la degustación de un vino, o de la emoción fetichista provocada por una prenda que luce nuestro eventual o permanente partenaire sexual. La vida se convierte en una piel reducida a poros por los que se infiltra esa modalidad del mal que es la reducción de toda cosa a mercancía. Somos lo que deseamos y deseamos lo que está mandado. Y sin embargo...es imposible que siempre haya sido así y podemos cambiarlo.

La apertura al mundo, lo que nos convierte en seres de pensamiento y lenguaje, no reside en mediatizar las cosas por el valor sino en hacerlo mediante sentimientos positivos y la razón. De ese hecho queda en cada uno de nosotros necesariamente un rescoldo. Hacer que reviva este rescoldo, restaurar el momento en que nuestra piel es atravesada por la infiltración de un sentimiento positivo nos llena de dignidad y es una apuesta por la realización colectiva, redención de uno mismo en una práctica modificadora del nudo relacional que es siempre el hombre. Nos transforma en Uno dentro de la comunidad, es decir, en ciudadano.

No hay comentarios: