viernes, 10 de junio de 2011

LA APUESTA



Estaba nervioso, esperándola en casa, sin dejar de dar vueltas por el pasillo y el salón. Tenía que mantenerme sereno, si bien yo mismo sabía que con lo que le había pedido no iba a resultarme fácil. Acordamos que tocaba una nueva apuesta y estaba decidido a ganarla: Si ella aceptaba, esa noche debía llevar puesto el vestido más sugerente que tuviera y si era transparente, mejor aún. La segunda condición ya le suponía todo un reto, pues sería la protagonista. Pero también lo iba a ser en mi caso, el acompañante que debería resistirse a sus encantos: Fuese como fuese, quedaba descartada la ropa interior.

-No me importa el color del vestido- le había dicho -pero ha de ser transparente, y nada de ropa interior- Dudó al principio, me dijo que lo pensaría, pero probablemente su orgullo le impediría negarse.

Nos gustaba dejar volar la imaginación con cosas de ese tipo de vez en cuando. Era un juego sumamente excitante, en el que se trataba de comprobar quién se retiraba antes de tiempo. A veces ella ponía las reglas y a veces yo. Casi siempre me ganaba por la mano, porque la verdad es que estaba coladito por sus huesos, pero esa noche me la tomaba como venganza y estaba dispuesto a llegar hasta el final... Cuando la viese llegar así a casa, me iba a costar Dios y ayuda seguir con la prueba, pero me forcé a pensar en lo bien que me lo podía pasar, mientras le echaba una mirada al sobre negro que había puesto en la mesita de la entrada, para no olvidar llevármelo… Seguramente ella pensaría que la cuestión consistía sólo en eso, en venir sin bragas ni sujetador. Pero le esperaba una sorpresa… En ese momento, sonó el timbre del portero automático y abrí. No hacía falta preguntar quién era.

Mientras el ascensor subía, me preparé mentalmente para superar la impresión que iba a causarme el encuentro, con el aspecto que seguramente tendría. Era imprescindible para poder llevar las riendas de la situación. Sonó el timbre y mi reflejo fue abrir de inmediato, pero me obligué a esperar unos segundos antes de abrir la puerta. Lo hice, la vi en el vano... Y tuve que acordarme de volver a respirar. Llevaba un vestidito negro, por encima de las rodillas, sin mangas y con un pequeño escote en forma de pico… Que era del todo innecesario, podría llevarlo cerrado hasta el cuello y seguiría siendo provocativo, porque… Madre de Dios, se le veía todo. Era necesario mirar bien, sí, a primera vista no se apreciaba, pero tan pronto te fijabas, podías ver los pechos, el ombligo, y… hasta su sexo. Me di cuenta que me la estaba comiendo con los ojos, y que su sonrisa tenía más de satisfacción por el efecto que causaba, que de vergüenza.

-¿Puedo pasar? – musitó, y eso me devolvió a la realidad. Cogí las llaves en la mesita de la entrada, el sobre negro, y salí.
-No. Nos vamos.
-¿Qué? – Se llevó las manos al pecho y se encogió ligeramente sobre sí misma, ¡Ahora sí que tenía cara de temor! Sonreí con lo que esperaba fuese pícara maldad y continué hablando como si tal cosa.
-No pensarás que superar la apuesta, consistiría sólo en hacerte venir hasta aquí sin bragas, cuando sé que es de noche y has venido protegida en tu coche, de modo que no corrías el riesgo de que te viese nadie…. No, mi niña, hoy voy a presumir de ti. Voy a disfrutar mirando cómo otros te miran… Y pierde cuidado, no vas a ir por completo sin ropa interior. Vamos a mi coche.

Vaciló. Estaba totalmente cogida por sorpresa, no esperaba algo así, y el verla tan atónita me estaba dando alas y seguridad. Finalmente bajamos al garaje, nos introdujimos en el vehículo y le tendí el sobre.
– Mientras conduzco, vas a ponerte eso. Y lo llevarás puesto toda la noche– Me miraba a mí y al sobre alternativamente, parecía temerosa de lo que podría encontrar en su interior. – Ábrelo- casi ordené.

Lo hizo y dejó escapar un gritito ahogado de sorpresa. Se trataba de una fina cadena de perlitas blancas, sujetas a una goma cuajada de perlas también. A simple vista, podría parecer un collar, pero…
-Pero… esto es…
-Exacto, un tanga de perlas– Me acerqué a ella y la acaricié de los brazos. Estaba colorada, se… estaba ruborizando y eso hacía que quisiera comérmela viva allí mismo... Con un supremo esfuerzo resistí.

– Te lo pondrás ahora y al bajarnos del coche, andarás y pasearás con él puesto. Así cada paso que des, cada momento que estés sentada sobre él, las perlas suaves te acariciarán. Te darán placer constantemente mientras todo el mundo te estará mirando a causa de esa ropa, y aunque no puedan saber exactamente qué te pasa, imaginarán que no es normal, porque no podrás dejar de tiritar y sudar, y estarás roja… como ahora.

-¡Venga, tío… Te has pasado!– Estaba irreconocible, colorada como un tomate por la indignación. Mi discursito la había puesto mala, y es que lo había ido vocalizando lentamente, susurrando con toda el alma. Había podido ver cómo se azoraba más a cada palabra y casi me sentí culpable. Casi. A fin de cuentas, para eso lo había escrito, memorizado y lo llevaba ensayando cuatro días delante del espejo…
- No pasa nada, cariño- Contesté –Si no te ves capaz, yo gano la apuesta y nos volvemos como si nada hubiera pasado. Pero tendrás que asumir la derrota...-

Sólo yo sé cuánto trabajo me costó decir aquello. Todo mi cuerpo quería rendirse, dejar que ella ganase, porque así… Porque así seguramente me lo compensaría como sólo ella sabía hacerlo... Aunque por otro lado no dejaba de desear ardientemente saber a lo que nos conduciría esa noche si perseveraba... Y ella no se echó para atrás con una mirada de reto felino. Así que la tomé de la mano y la ayudé a bajar del coche. Parecía tan sorprendida como si estuviese mirando a otra persona.

Comenzamos a caminar y se veía obligada a colgarse de mi brazo para lograr hacerlo erguida -Me siento incómoda… por favor, la idea ha sido divertida, reconozco que esta vez has tenido imaginación... Pero vamos a dejarlo, ¿vale?-
-Relájate. Agárrate bien a mi brazo, y no me digas cuándo me he divertido, porque esto acaba de empezar-

Verla ponerse el tanga dentro del coche, había sido todo un espectáculo. Más lo fue todavía cuando comenzó a poner cara de circunstancias al notar los efectos de las perlas. Aparqué lejos de nuestro destino a propósito, para pasear con ella. La miraba de reojo y pude contemplar cómo cerraba los ojos cada pocos pasos y se estremecía cada tanto, debía estar experimentando los efectos, y yo no podía dejar de fantasear con las perlitas rozándola sin parar, adaptándose a las líneas de su cuerpo, acariciándola a cada paso… La calle no estaba abarrotada, pero sí concurrida, y todo el mundo la miraba, tan bonita, tan guapa… y con un vestido transparente en una noche fresca que le ponía la culminación de sus pechos como balas.
Finalmente, llegamos al restaurante donde me proponía que cenáramos, nos sentamos en la mesa y eché una mirada al local. Algunas caras no podían evitar mirarnos, era evidente que nos convertimos al instante en el centro de atención...

-Yérguete… Estás preciosa esta noche, y quiero que los demás se den cuenta.
-Pero tío, por favor… todo el mundo…
-Sí, todo el mundo te está mirando, lo sé. Precisamente para eso te he traído, ¿recuerdas? –
La besé en la sien muy suavemente, y pude oír susurros en el local – Quiero que todos vean que esto tan bonito… es mío-
– Me miró, y no supe si en su mirada había rencor o estupor, además, claro está, de la calentura que llevaba encima. – Voy a pedir bebidas. Si alguien se te acerca, sé amable, ¿vale?

Intentó retenerme, quizá pedirme que no la dejase sola llevando un vestido como ese y un tanga que le daba escalofríos de placer cada vez que se movía, pero le sonreí y me fui a la barra. Desde allí pude ver que otra mujer le tocaba en los hombros y cuando se volvió, puso cara de querer morirse allí mismo. Una amiga común la miraba con cara de absoluta sorpresa. Dejé que improvisara sobre la marcha y no regresé hasta que consiguió alejarla.

-Oye… lo que está pasando esta noche sobre sobrepasa todos los límites.
-¿Por qué?
-¡Porque una amiga me ha visto así contigo y mañana lo sabrá todo el mundo…!
-¿Y qué? – El lunes, si quieres puedes decir que fui un rollete de temporada y que no vas a volverme a ver, o que todo ha sido una idea tuya para ponerme a cien antes de dejarme. Lo que tú prefieras. Incluso llegarán a admirarte por lo que eres capaz de hacerle a un hombre... Si eres lista aún podrás sacarle más jugo al asunto-

Pareció pensar con claridad al decirle aquello. Y algo debí decirle que le gustó, maldita sea mi sangre que no sé qué fue, pero se irguió con orgullo, echando hacia atrás los hombros y luciendo su precioso busto, y se pegó más a mí. Bajo la mesa, su mano acarició mi muslo.
-Tienes razón... Y me gustaría recompensarte por ello. Aquí y ahora.
– Uno tiene su resistencia… pero hasta cierto punto. Y cuando la chica a la que quieres y te gusta va sin ropa interior con un vestido transparente y un tanga de perlas... Si se te pega al pecho, te acaricia el muslo por debajo de la mesa y te dice esas cositas en voz baja... Bueno, es natural que rebases ese cierto punto. Al menos eso me pasó a mí.

-Voy al lavabo. Ven dentro de dos minutos – musité, y ella sonrió. Sonreí yo más todavía porque, casi ni se había cerrado la puerta cuando estaba ya a mi espalda. Los lavabos olían a lejía, pero yo sólo podía oler su aroma, ese olor caliente y salado que desprende cuando está excitada… Quise meternos en un cubículo, pero decidí mandarlo todo al diablo y la encajoné contra la pared, besándola, metiéndole la lengua hasta la campanilla.
Su cuerpo se estremecía. Quería ser más calmado, más juicioso, pero no podía, no después de dos horas mirándola con ese vestidito transparente, y sabiendo lo que ella había estado sintiendo todo el rato. Hubiese dado cualquier cosa por destrozarle la ropa con las manos, pero me contuve porque daba igual… Ella gemía de gusto y me tocaba a mí del mismo modo desesperado que yo la tocaba, apretándome los brazos, abrazándome por la nuca, dirigiendo sus manos a mis nalgas…

-Eres un cabrito, me has hecho perder la cabeza… Y te las voy a cobrar todas juntas - argumentaba mientras le besaba el cuello, ese cuello tan sensible que tiene… A cada beso, a cada caricia en su piel, respingaba. Podía sentirla ardiendo bajo la ropa, los salientes de sus pechos erectos, y… estaba el tanga de perlas, claro... –

En un momento de inspiración, tiré de él -¡Aaaaaaaaaah….! – Se abrazó a mí con desesperación, tapándose la boca para intentar acallarse, tan roja que sudaba… Ese grito de goce me hizo perder la poca cordura que aún me quedaba, me arrodillé frente a ella y lamí perdiendo el sentido. Notaba cómo tiritaba de gusto bajo las caricias, embadurnado de jugos, y cuando hice a un lado la cadenita de perlas chorreantes pude ver lo abultado y rojo que tenía el botón del placer... Era evidente que lo que en ese momento necesitaba era otra cosa, así que me erguí y se cumplieron todos mis sueños... Ella brillaba como nunca. Me miraba de una manera extraña, susurraba palabras inconexas y una sonrisa insondable le daba un aire de felicidad que jamás antes había visto.

Al acabar, me pidió entre susurros que la sostuviese porque no le quedaban fuerzas para mantenerse en pié, me abrazó llena de ternura y se echó a llorar mansamente... No supe cómo reaccionar y se me ocurrió que debería pedir perdón por lo sucedido... Pero me mandó a callar con un gesto suave mientras frotaba su cara contra mi pecho. Y no pude evitar sentirme el hombre más feliz del mundo cuando de su boca salieron dos palabras que tanto había estado esperando escuchar desde el día en que nos conocimos...

-Te quiero- Y, por favor, ahora sí llévame a casa. Te juro que vas descubrir lo que eso significa-.

1 comentario:

Montserrat dijo...

Muy íntimo...