domingo, 13 de marzo de 2011

EL TAXI



─Lléveme tan lejos como sea posible, por favor.─ Dijo cuando se subió al taxi. 
El conductor ya no se sorprendía por cosas como esa, pareciera que la vida le diera ese mandato: la de salvar a las personas de algún instante agónico. Aceleró, al igual que siempre hacía en momentos así. Daba la impresión que con la velocidad no sólo se llevaba a su paso los kilómetros, sino también la ansiedad de los pasajeros. Suponía que al menos ellos podrían tener esa sensación y servirles para algo. Ella era muy guapa y después de tantas horas sentado al volante, era un detalle a agradecer.

La experiencia le dictaba que era mejor no arriesgarse a poner música: Cuando alguien se sube en un taxi con un nudo en la garganta, hay que tener mucho cuidado con lo que se hace y lo que se dice. De pronto, lágrimas. Había visto tantas que había perdido la cuenta. ¿Qué decir? nunca tenía la palabra precisa, pero en cambio iba equipado con una buena dotación de pañuelos, al menos el detalle era bienvenido. A veces hasta lograba sacar una sonrisa. Pero lo de hoy tenía toda la pinta que no irían por ahí las cosas...

La pasajera vio su nombre impreso en una tarjeta: Caronte Hernández.
-¿Caronte?-.

El asintió, acompañando con un movimiento resignado de los hombros. Como dando a entender que uno se acostumbra a todo, incluso a sobrellevar con dignidad un nombre tan extraño. Ella apretó la mandíbula y volvió a llorar.

-Señorita: ¿ha decidido ya dónde ir? Usted dirá cuando quiera que pare.
-Igual no se lo digo nunca- ¿le importaría?
-A mi me da igual, a veces parar es simplemente una locura.

Al poco cambió el paisaje, y ella siguió hablando, aunque el taxista no sabía muy bien si con él o con ella misma...

-Últimamente, cada vez que me duermo, lo hago pensando que amanecer no es necesario y me gustaría que el que decidiera despertarme, se ahorrase la molestia. Sin embargo, me despierto: Es una crueldad como otra cualquiera y todos llevamos una cruz a cuestas, supongo que esa es la mía.

Nuestro protagonista supo entonces que cualquier destino era absurdo: A donde sea que fuese, sería ridículo llegar porque al fin y al cabo el lugar sería siempre el mismo. Por lo pronto decidió arriesgarse...

-Entonces cierre los ojos- Le dijo. Luego pisó a fondo el acelerador y ya jamás se detuvo.

2 comentarios:

Montserrat. dijo...

Un relato muy estremecedor... haces poner a las personas en la piel del protagonista. Felicidades de nuevo.

Montserrat. dijo...

Un relato muy estremecedor... haces poner a las personas en la piel del protagonista. Felicidades de nuevo.