miércoles, 23 de febrero de 2011

LA ESTUPIDEZ DE ULISES



Presuntuoso Ulises: Dejaste Ítaca, abandonaste a Telémaco, a Penélope. Dejaste desamparada tu casa, tu hogar y tu tierra. Partiste en busca de gloria en la batalla pero en tu estupidez de macho guerrero quizá nunca supiste que la guerra verdadera comenzaba en el momento de la ausencia en el lugar que dejaste abandonado. Allí arderían los fuegos, sonarían los tambores, se escucharían clamores de dolor y se harían trizas unos cuantos sueños. En realidad Ítaca será en este caso la verdadera Troya.

Ulises el orgulloso: Conociste a Calipso, dormiste en brazos de Circe, pasaste fuera veinte largos años en los que Penélope también tuvo que emprender un largo viaje. Fue una larga travesía hacia sí misma, hacia su cuerpo. Una continua lucha contra las imposiciones, soportando el peso de ese coro que a diario le recordaba su cometido. Pero tuvo el valor de mirar hacia dentro y se aprendió a sí misma; tomó la máscara que el mundo esperaba ver (sus pretendientes, su hijo, sus criadas), y la llevó puesta mientras su pensamiento viajaba lejos, en sentido contrario a sus actos del día a día.

El odio fue creciendo pausadamente, sin alardes, quemando uno a uno, por las noches, con cada hilo, los recuerdos que le unían a su carcelero: los de tu masculina indiferencia, tu regia tiranía, tu perpetuo egoísmo, tu narcisismo. Así fue destejiendo el tapiz, ese sudario de sí misma que llenó su vida anterior de sentimiento, abnegación y entrega. En aquellos momentos no pudo elegir su destino y tuvo que dejarse hacer, ser tocada por esas manos torpes que nunca desearon conocerla. Pero jamás se sintió tuya y cuando se produzca el regreso ya habrá forjado la máscara perfecta, mientras que por dentro habrá aprendido a odiar y a obrar en consecuencia.

Tanta astucia, presuntuoso Ulises, tanta astucia para qué. Partiste a la guerra dejando abandonado lo primordial, sorteaste los peligros que los dioses pusieron en tu odisea, eludiste las dificultades, fuiste amado por otros brazos, pero nunca podrás huir de los ojos de tu mujer en el regreso: Te escrutarán, y te dedicarán todo el rencor que se ha ido acumulando durante veinte años de abandono, de disimulo, de tomar conciencia de que la perdiste desde el mismo momento en que la entregaron a ti.

Volverás, engreído Ulises, y te mirarán con odio. Y verás que Penélope ya no es la misma, que dejó de esperarte hace tiempo, porque nunca has sido el hombre que ella espera. Estará mucho más lejos, ardiendo por dentro, buscando su propia Ítaca, creciendo libre mientras otras manos mojan su cuerpo y recorren su espalda sembrando trigo.

Esa será tu condena, insensato y estúpido Ulises...

1 comentario:

Antoniatenea dijo...

Ulises...por fin te has dado cuenta que nunca debía haber una Penélope en ninguna parte esperando eternamente...que la mujer tiene demasiada fuerza como para esperar guerreros ocupados en sus juegos de guerra..que tejer y tejer ..desteje el alma.
Una interpretación poderosa , actual y bella.Un canto a la libertad femenina