lunes, 10 de enero de 2011

SONATA DE INVIERNO



Al menos el año empieza en esta tierra insular con el invierno dulce que nos cobija. Hay algo de piedad en este comienzo de año cuasi veraniego, con la de tormentas que nos están cayendo en otras cuestiones. Una luz protectora parece querer librarnos de esta desazón inexcusable a la que los titulares periodísticos nos acaban conduciendo. Este invierno, la costa del sur isleño guarda un aroma en el que la vida insiste en llamar a la puerta del paraíso, en un tiempo en que la España del blanco y negro insiste perseverante por retornar a nuestros ánimos, quebrados por las acciones conjuntas de empresarios y gobierno y la abulia de la población en general, a la que parece darle igual ocho que ochenta.

Y el edén terreno se descubre en un simple paseo de tarde de domingo junto a un mar sin olas y una luz que revolotea aún sobre las gaviotas. Un viejo amigo, perteneciente a la generación que precedió a la mía, me contó una vez que un policía lo agarró por la espalda y llegó a tirarlo al suelo cuando le pilló besando a su chica en las calles de una ciudad de la que omito el nombre, fea, católica y sindical, fruto de una dictadura ya herrumbrosa. Y supo que tenía que marcharse fuera, donde los hombres habían construido un espacio para la libertad del que la historia nos decía que no éramos dignos mientras padeciéramos pasaporte de español.

Las cosas han cambiado, pero en el trascurrir de mi paseo observo el horizonte sabiendo que un poco más allá está África. Y la reciente llegada de una patera a Fuerteventura cargada con saharauis que huyen de la represión, me obliga a razonar que aún sigue siendo una vergüenza ser español cuando miras el desgarro del Sáhara y las persecuciones que sufren sus legítimos habitantes, abandonados en las manos de otro tirano que ostenta el título de Rey, y que se codea amigablemente en los despachos firmando acuerdos con el gobierno que nos desgobierna desde que nos sorprendió la crisis creyéndonos ricos y a salvo. En pleno siglo XXI y frente a Europa, un gobierno ejercita sus pinitos de genocidio, y no tiene problema alguno en poner en práctica la recurrente supresión efectiva de cámaras y focos que constaten de nuevo que, con el permiso de la autoridad occidental y para vergüenza de España, el moro usurpador del Río de Oro es el que manda.

Un invierno duro se prevé en los almanaques, si las lágrimas de los desgraciados no lo remedian. Al menos tenemos la dicha de esta temperatura casi veraniega frente a la playa mientras nos llegan noticias de jaimas y esperanzas que arden al otro lado del horizonte y a mí me llega el olor de unas brasas bajo sardinas y la noche llega con calma porque los párrafos de las horas no pueden estar escritos sobre una tristeza perpetua. Si esto fuese un poema que exigiese rima y la belleza no existiese en el ánimo, quizás la indignación me llevara a escupir de asco, asociando los contratos basura y el paro con el miserable espesor de la cartera de quien compra caro. Pero vivo en un lugar donde la naturaleza nos acaricia la espalda aun sin que nos demos cuenta, abrumados por el contagio depresivo que página a página se expande desde los renglones informativos. La vida engancha porque siempre te sorprende con momentos inolvidables si sabes apreciarlos en lo que valen, aunque no coticen en bolsa...
Ya sabemos que vivir siempre cuesta, a veces mucho. Pero el vivir aquí nos coloca bajo un cielo transparente de invierno, cuando la luz merece ser vivida y, en efecto, sorprende. Más allá de este silencio con que las olas ascienden el rebalaje rugen los mercachifles impíos, los demonios que habitan el alma humana y una desazón ambiente que hace crujir los cimientos de cualquier ánimo. Pero también un invierno dulce precisa de su contemplación y admite que una bocanada de paz nos regenere los pulmones y limpie la pupila antes del regreso a esta lucha cansina que nos ata a sus trincheras, porque sabe sorprendernos con gestos inesperados como los amantes que nunca se olvidan. Si mañana lunes amanece nublado, al menos hemos tenido la inmensa suerte de que ayer fuese un domingo esplendido.

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