martes, 14 de diciembre de 2010

LAS BOLAS CHINAS



Nunca pensé que la decisión de la empresa de eliminar durante un tiempo el vestuario femenino iba a hacerme partícipe de aquella alucinante experiencia... Era una mañana fría de otoño, había llovido durante toda la noche y se auguraba un día gris. Me estaba cambiando junto a mi taquilla cuando una conocida voz femenina preguntó si estaba visible y pidió permiso para pasar...

Contesté afirmativamente y enseguida la vi entrar, vestida con aspecto de no haber descansado demasiado la noche anterior. Me lo confirmó diciendo que no había dormido en casa. Hubo juerga con unas amigas y se encontraba en las últimas porque acabaron de amanecida y venía directamente al trabajo. Me sorprendió que por coquetería femenina (supuse que esa sería la razón), vistiese minifalda y una blusa ajustada que dejaba al aire sus hombros con el fresco de esa época del año.

En una bolsa supuse que traía la ropa de trabajo. Le comenté que acabaría enseguida, para que ella dispusiese del entorno. Se sentó a mi lado y me contestó que me tomara todo mi tiempo, que aún le quedaban un par de horas para comenzar su turno y pensaba aprovecharlas para descansar allí mismo durante un rato. Miré el reloj y comprobé que me quedaban quince minutos, la piel morena que asomaba en sus hombros era toda una tentación y casi sin pensarlo le propuse que si le apetecía podía darle un masaje, para ayudarla a relajarse...

Juro que la propuesta era en principio inocente, pero no sé qué sucedió que enseguida se convirtió en un juego erótico que aparentemente ninguno de los dos hizo esfuerzo alguno por evitar... Y justo en ese momento las vio. Las había comprado para un regalo del amigo invisible que al final nunca hice y llevaban en la mochila no sé cuántos días porque me había olvidado de sacarlas. Por lo visto esta vez se habían caído al meterla en la taquilla y estaban tiradas en el suelo: Eran un par de bolas chinas para masajes: Grandes, de color rojo con dragones dorados dibujados a ambos lados y una especie de resortes en su interior que las hacían vibrar al moverse.

Me preguntó, le expliqué y se las pasé. Cuando las tuvo en su mano las miró con curiosidad, las sopesó, y sonrío al notar cómo vibraban. Nos miramos y la excitación del momento era evidente. Llevábamos ya un montón de días insinuándonos cosas y justo en ese instante parecía que lo que fuera que podía pasar iba a concretarse... Pero el tiempo apremiaba, y en un momento de inspiración le dije que estaban sin usar y que se las regalaba. No sin antes dejar de comentar que bolas parecidas y unidas por un cordoncito eran las que se utilizaban como juguete sexual, a lo que ella contestó socarronamente que lo había visto en alguna película pero que nunca había tenido ocasión de probarlas.

No hubo tiempo para más. Volví a repetirle que eran suyas y me despedí con un beso y un susurro significativo:

-Pues tu misma- Dije... Y la dejé sumida en sus reflexiones.

No la volví a ver hasta unas horas después, en el momento del almuerzo. Tenía una rara expresión en la mirada, como ausente, y se mostró esquiva cuando me acerqué a saludarla. No le di mayor importancia, porque al fin y al cabo, a ver quién es el listo que entiende los cambios de humor de las mujeres... Yo hacía tiempo que había renunciado a hacerlo. Poco antes de acabar mi turno la vi salir del baño con paso cadencioso y lento. Cuando la saludé se sobresaltó. Todo aquello no era en absoluto normal y me decidí a preguntarle qué pasaba.

Al principio insistió en que la dejara en paz, corrió de nuevo hacia los vestuarios y cuando llegué junto a ella, se volvió y se me echó en los brazos, echa un mar de lágrimas. No sabía muy bien que hacer, pero con paciencia logré que se calmase y me brindé a ayudarla en lo que fuese que le preocupara. Lo que ocurrió a continuación supuso una confesión increíble:

-Tengo las bolas dentro y no las puedo sacar.

Me quedé paralizado, y he de confesar que el morbo ascendió rápidamente a cotas pocas veces experimentadas. Necesitaba saber rápidamente más detalles de la historia. Me confesó que durante la mañana le había rondado la idea de probarlas y cuando la tentación se hizo insoportable, se metió en el baño y allí, al abrigo de miradas indiscretas, había logrado introducirlas lentamente en ese hueco de su cuerpo que durante toda la mañana lo había pedido a gritos...

La idea era sólo probar un rato, pero cuando intentó sacarlas le había sido imposible debido a la acción conjunta de la humedad por los efectos causados en su organismo, la ausencia de un cordón desde el que tirar de las esferas y su tamaño (recuerden que eran para masaje). A todo ello se le sumaba la fricción producida por los repetidos intentos de extraerlas, que causaron verdaderos estragos, dejándola extenuada.

Yo alucinaba con la confesión, y a duras penas pude superar mi propia excitación para comentarle que me brindaba a acompañarla a urgencias del hospital más cercano para solucionar el problema con ayuda médica... Se negó rotundamente mientras enrojecía hasta la misma raíz de sus cabellos. La sola idea de que alguien más supiera lo ocurrido la aterrorizaba. Así que sopesadas todas las alternativas sólo parecía haber una solución. Y desesperada tenía que estar, porque me la planteó: No me quedaba más remedio que ejercer de partera para tal inusitado intruso en su organismo. Afortunadamente, por razón de mi cargo tenía llave de los vestuarios y cerramos por dentro.

Sonreí cuando me rogó que no mirase mientras se despojaba de la ropa. No tenía mucho sentido si uno pensaba en lo que iba a ocurrir a continuación, pero no iba a ser yo el que le diera un motivo para que se arrepintiese de la decisión tomada. Aquella experiencia no quería perdérmela por nada del mundo... Cuando me autorizó a mirarla de nuevo me quedé mudo: Se había colocado de espaldas, inclinada sobre un banco de madera que teníamos a mitad del cuarto y con las piernas abiertas para facilitar mí trabajo. Comencé con cuidado, intentando dominar la excitación que aquél hecho tan increíble me producía. Creo que las manos me temblaban y pude entrever que ella cerraba los ojos... De inmediato sentí las esferas dentro, pero estaban tan empapadas que resbalaban con facilidad. Así y todo, la primera salió sin excesivos problemas y mi amiga no pudo ocultar su alegría.

-Sigue, por favor. La otra, la otra...

No pude distinguir si el tono que empleaba era ya de petición desesperada de ayuda o cargado de deseo. A todos los efectos daba igual, porque la segunda esfera no saldría tan fácilmente: Me había propuesto prolongar la sesión todo lo que pudiese. Así que tiraba de ella y cuando parecía que definitivamente saldría, volvía al cálido lugar donde se encontraba.

-Por favor- Rogaba mi compañera –Por favor...

Y cuando menos lo esperaba ella, la bola quedó atrapada en mis dedos haciendo vibrar mi mano con fuerza mientras al fin salía del todo. Entonces fue cuando su cuerpo se tensó hasta límites increíbles, supongo que por la acumulación de estímulos recibidos durante tantas horas y el efecto de la manipulación a que había sido sometida en aquellos minutos interminables. Un pequeño charco a sus pies quedó como prueba definitoria de lo que había sucedido. Desmadejada y casi sin respiración se quedó tumbada sobre el banco durante unos instantes. Luego volvió a mirarme y en el fondo de sus ojos pude entrever el brillo de una luz felina...

Al día siguiente me la topé en el ascensor y cuando salíamos me susurró al oído:

-Ya las tengo otra vez dentro…-

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