lunes, 4 de octubre de 2010

DOMINGOS


Pocas cosas ocurren los domingos,
pareciera que son los días
de los aburridos y la monotonía...
Días de no saber qué hacer,
de soportar soledades
y conocer el hastío en el ánimo.
Horas hasta dolorosas
para los que no se recrean
en la mentira que les ofrecen.
Me pregunto quién nombró
a ese día el principal de la semana,
sospecho que como en gran parte
de nuestras maldiciones
algo tuvo que ver la religión,
y lo del séptimo día
que acabó por hacerse ley
en transcurrir de los años.
Supongo que también influye
la memoria de nuestros días escolares,
pero es que entonces las campanas
sonaban grises como la muerte
y las voces de los adultos
sonaban temerosas y habían palabras
que nunca osaban pronunciarse...
Eran domingos durante los cuales
subían por la escalera
olores a especulación y pobreza,
a emigración voluntaria y exilio forzoso,
pero en nuestra inconsciencia
de indóciles críos de barrio
creíamos en la felicidad de estar vivos.
Luego vimos que la calle
era dura, hosca y diferente
a la que idearon nuestros sueños,
algunos supimos que la rebeldía
ha de tener el color de la conciencia social,
otros sucumbieron al poder
espeluznante de las drogas
o al veneno letal del dinero fácil,
los más se incorporaron
al destino que su tiempo y su lugar
les marcó de antemano,
sin expectativas ni metas específicas.
Pero entonces, ¿cómo, cuándo?
En algún lugar anterior a la memoria
tuvo que haber felicidad, una expectativa
tan irresistible e inquebrantable
que nada ni nadie ha sido capaz de defraudar.
Porque llega otro domingo,
y aunque sabes bien que nunca
encontrarás un nuevo amor ese día
lo afrontas con una ilusión
que nadie sabe bien de dónde viene,
y espera a que lo festivo llegue
durante toda la semana, que en realidad
es toda nuestra vida.
Luego duermes la estupidez
de la resaca del sábado,
sales a comprar el periódico,
ocupas la mañana con lo primero
que se te ocurre,
y cuando llega la tarde
es el momento de asumir
la realidad de tantos momentos
en los que la vida se nos vacía.


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