sábado, 4 de septiembre de 2010

EL SILENCIO Y LA PALABRA

Imagen: Dibujos en la Cueva de Altamira, la más increíble expresión del Arte Rupestre
En realidad fue el silencio el que lo cambió todo: llegó cuando las mujeres del clan atizaban el fuego y los hombres recolectábamos y comenzábamos a cazar mientras dábamos los primeros pasos en el arte de la pintura. Yo aún era pequeño, pero recuerdo perfectamente el instante en que apareció, dejándonos sobrecogidos: Fue un invitado de piedra en la piedra de amolar puntas de lanzas; se hizo huésped en las pieles que colgaban para secarse; nos hizo sentir más solos y más extraños, como si en un abrir de ojos se abriese nuestra mente a una comprensión que nos costaba entender. Nada de lo que conocíamos nos había preparado para aquello: El sol salía siempre por el mismo sitio, es cierto, pero no sabíamos dónde se ocultaba ni en qué momento. En la oscuridad podíamos establecer el punto exacto de nuestro miedo, tocándonos y sintiendo nuestros cuerpos temblar en estrellas e ínfimos soles. Pero no entendíamos casi nada hasta que llegó el silencio con su caja de sorpresas.

No era como el grito ni la vocalización de la muerte; ni siquiera tenía olor o sabor. Aun así nos atenazaba la garganta, impidiéndonos el llanto, esa agua benéfica que se desliza por la cara. Nos diferenciábamos del resto de los animales, de eso estoy seguro: las mujeres reían junto al fuego y hablaban de otras mujeres que también reían junto al fuego. Los hombres celebraban junto al animal cazado e imitaban la muerte del animal muriendo y reviviendo. Era algo que hacíamos porque algo oculto en nuestro interior nos obligaba a ello. Por lo demás comíamos, dormíamos, recorríamos grandes distancias, y no necesitábamos decir árbol para ver al árbol, ni decir amor para sentirlo, ni decir muerte para saber lo que significaba.

Todo cambió. El silencio nos obligó a hacernos preguntas y descubrimos que podíamos pensar. Y para dar salida a nuestros pensamientos, transformamos los sonidos en palabras e inventamos un lenguaje. Algunos de nosotros sentimos la necesidad de buscar nuevos horizontes y partimos hacia un destino que nos hizo humanos. Caminamos y el silencio nos alejó de nuestros mayores, siguiéndonos los pasos, paladeando nuestras huellas, perfeccionando nuestra mente.

Al final de nuestro viaje, el valle donde nos asentamos estaba hecho de verde. Pero curiosamente, además de un color era una palabra. Lo supimos cuando llegamos. También estaban llenas de palabras las cavernas donde decidimos vivir. Fuimos bien recibidos: los lobos merodeaban a través de una leyenda, los bisontes pastaban en el muro de la ficción. No hubo marcha atrás: Una mujer de ojos negros como la noche, colocó el verde en mi oído y dijo: Mira y escucha para que puedas transmitirlo a nuestros hijos. Y con la tierra hecha pintura dibujé la memoria de los míos.


3 comentarios:

Antoniatenea dijo...

Casi he sentido como propios esos primeros pasos en la evolución de humanoide a humano...ese "insight" de nuestros antepasados.....ese arte..esas primeras palabras que representabvan objetos.....ese conocimiento trasmitido en las pinturas , el lenguaje y en tantas otras creaciones......me has trasladado a los albores de la lengua y he sentido viva y extrañamente reciente esa cultura que ha llegado a nosotros. Nuestros genes "saben" de eso porque esos átomos son los mismos que vivieron lo que explicas...quizá por eso me he sentido un poco alli.
Genial..simplemente me parece genial.

Anónimo dijo...

Lograr un buen verso, es un ejercicio difícil, gracias por el regalo de cada día, muchas felicidades.
Es el mejor blog de la red.

Pacogor dijo...

El regalo de cada día es que haya gente que lea poesía...