martes, 10 de agosto de 2010

LA PROPIEDAD

Imagen: Fotografía de Tomas Rodger
La propiedad es un robo, era el diagnóstico del padre del anarquismo. Probablemente las cosas sean más complicadas, pero por ahí van los tiros. Nuestro contrato social se basa en ella y sin cambiar el papel de la propiedad ‘privada’, el mecanismo del sistema no llega siquiera a tambalearse. Por mucho que las cosas comunes cada vez estén más extendidas, que cuando alguien diga que esto no es de nadie alguna voz se levante para decir que es de todos, estamos yendo muy despacio y empieza a ser cuestión de tiempo el que el desastre social y ecológico acabe por hacernos regresar a posiciones felizmente superadas. Quizás se trate precisamente de esto, de recular para coger más impulso en el salto. Que las alternativas sean hijas de las catástrofes.

Lo mío es aquello que me niego a perder o compartir. El problema es que no paran de llegar al mercado cachivaches que consideramos imprescindibles. Acumulamos y acumulamos, lo que nos hace cada vez más dependientes y frágiles. Es el mecanismo de siempre: Ellos nos dan abalorios y nosotros le entregamos nuestra independencia. La mercancía ‘cuida’ su propia clientela, desbarata la pequeña propiedad autónoma, cerca las profesiones liberales, arrebata a los niños, seduce a la mujer, subordina a la familia burguesa su patrimonio y su autoridad: se convierte simultáneamente en enfermedad y remedio. Incluso el espíritu crítico que está convencido de estar al margen de la ecuación consumista en realidad es un componente más, pero encima engañándose a sí mismo.

Cuando decimos que sufrimos por una insuficiencia de propiedad, queremos decir con ello que vivimos en una sociedad cuya característica es que cada vez son tomadas más decisiones por gente que ya no soporta directamente la integridad de los costes sociales de sus actos. Para un economista, la propiedad no solamente es el beneficio o el derecho al poder; es mucho más fundamentalmente un conjunto de instituciones cuyo papel es conseguir que cada individuo integre en el cálculo económico, que implícitamente guía sus decisiones y soporta a nivel de su bienestar personal, el conjunto de las consecuencias sociales positivas (beneficios) o negativas (costes) inducidas por sus actos.

En el derecho a la pereza, otro título de un libro anarquista (escrito en este caso por el yerno de Marx) se argumenta que lo único verdaderamente nuestro es el tiempo. Pero hasta eso nos lo secuestran: Cada vez tenemos menos tiempo libre, porque cada vez encontramos menos placer en no hacer nada. El ejemplo más lamentable es el de los jubilados, que mueren de aburrimiento porque no tienen quién decida lo que han de hacer con sus días. No es la propiedad privada la que está en el origen del mal empleo de nuestro tiempo: a la inversa, es su consecuencia. Es el consagrar nuestra vida a producir cosas que no controlamos y que nos obliga a depender de otros.

Los movimientos de liberación deberían volver una vez y otra al fundamento de nuestro sistema, la propiedad privada, en lugar de perderse en cuestiones baladíes. Nuestra es nuestra memoria y nuestro es nuestro entendimiento, no conviene olvidarlo. Los movimientos de liberación han secretado regímenes de opresión con una regularidad casi sin excepciones, precisamente porque, a ejemplo del romanticismo político, han fundamentado las relaciones interhumanas en el modelo místico de la fusión, y no en el jurídico del contrato, y han concebido la libertad como un atributo colectivo, nunca como una propiedad individual. Los economistas no se cansan de repetir que todo lo que tiene que ser conservado y utilizado eficientemente ha de ser propiedad privada. En un segundo movimiento, todo lo que vale algo ha de ser propiedad de alguien. Y en un tercero si es de todos no vale nada. Es decir podemos disponer de ello a nuestro antojo.

Hasta el siglo XVII el término ‘propiedad’ abarcaba la vida, el cuerpo, las libertades, las capacidades, los derechos... la posesión de cuestiones no materiales se consideraba más importante que la de objetos y rentas materiales (el ‘hablar con propiedad’ ilustra ese uso hoy acabado). Pero con la llegada del capitalismo, el disfrute de la propiedad pasó a ser más el de excluir a otros del uso o disfrute de una cosa que el de no ser excluido del uso de cosas tales como tierras, parques y carreteras que habían sido declaradas de uso común. Seguimos pagando las consecuencias de ello.


1 comentario:

Antoniatenea dijo...

En la frase " Ellos nos dan abalorios y nosotros le entregamos nuestra independencia" está la clave de todo.
Y que lo único que nos pertenece es el tiempo y aún nos lo secuestran, está la otra clave. Las propiedades que nos deberían preocupar sólo son aquellas que consisten en momentos vividos por nosotros..alamacenar momentos de vida intensa o no pero buena vida, eso es lo único..las otras propiedades materiales sólo nos esclavizan.