viernes, 25 de junio de 2010

LA PATRIA


Permítanme la licencia de hacer público un interrogante que me planteo desde hace tiempo: ¿Quién es nadie para decirme cual es mi patria, ya sea un Parlamento, una Iglesia, un Ejército o cualquier institución parecida? ¿En base a qué ha de ser obligatoriamente un territorio delimitado por fronteras históricas o actuales, con un pasado o una lengua común, y no puede estar en el futuro que otros, sean de donde sean y provengan de dónde provengan, quieran construir con nosotros?

Puestos a aceptar esta última posibilidad como la satisfactoria, si no paramos de levantar muros, cerrar fronteras y activar miedos ancestrales hacia el desconocido y diferente... Si a cualquier extraño que se acerque se le señala como un posible peligro o se le niega directamente la posibilidad de acercarse para conocerle, ¿cómo encontrarme con quién puede convertirse en mi compatriota, camarada y tal vez amigo? Una de las grandes paradojas de la globalización es que no alcanza a los desplazamientos de las zonas desventuradas del planeta a las ricas. Cuando se trata de inmigrantes y refugiados, estás últimas imponen el control de las fronteras y parece que ese supuesto derecho está por encima del que deberían tener los individuos a ser de donde quieran ser. La sociedad de destino se considera una sociedad de llegada más que una sociedad de acogida.

Llegados a este punto, hay que dejarlo claro: La identidad no está en el nombre, el color, la etiqueta, el lugar de nacimiento o el idioma que se aprende de niño. Porque hablamos de un ser humano que sueña, un cerebro que piensa, un corazón que palpita. Se trata de una amalgama de carne, huesos, sangre y vísceras, pero también de ideas, esperanzas y derechos. Un individuo que puede convertirse con sus afanes, conocimientos ancestrales y tradiciones en una fuente de riqueza social a pesar de los problemas y tropiezos que surjan mientras la fusión se produce.

Tenemos a nuestra disposición el instrumento para el entendimiento: Se trata del lenguaje. El lenguaje, no las lenguas, pues se trata de utilizar la palabra, pero también gestos y actitudes que sirvan como espacios de comunicación social, del raciocinio que reúna un universo de ideas, imágenes emblemáticas, momentos emocionales y resonancias míticas propias, que nos identifiquen individual y colectivamente.

Desde ese punto de vista, el auténtico sentido del concepto patria ha de referirse a un punto de encuentro, integración y respeto donde se sepa escuchar y entender, de reconocerse en otros y tener el coraje de hacerlo levantando la bandera de la herejía contra los dogmas, tópicos y leyes que nos dicen quiénes hemos de ser y lo que somos. En mi patria no existen los apátridas, ni los extranjeros, ni los exiliados, ni los invisibles porque ellos, tú y yo somos lo mismo si trabajamos juntos por mejorar el mundo que nos ha tocado. Da igual que tengan los ojos rasgados, sean más negros que el carbón o tan blancos que parecieran transparentes. Puede que muchos se sonrían y tilden esta forma de pensar de idealista y utópica: Si es así me honrarían con sus calificativos, porque en Ítaca sólo admitimos himnos cuyas letras hablen precisamente de utopías.


1 comentario:

Rita dijo...

Tienes razón en lo que dices pero esa imagen de una patria única es un retrato del futuro, ahora hay que tener paciencia y esperar porque las personas de generaciones pasadas han sido educadas en otras creencias,lo cual no es culpa de ellos y es muy difícil que lo vean de esa manera, trabajo de los jóvenes es ocuparse de que las nuevas generaciones sean de otra manera.
Un abrazo