domingo, 9 de mayo de 2010

¿ESTADISTAS?¿DÓNDE ESTÁN?


Hay muchas cuestiones que intervienen a la hora de valorar la calidad de una democracia. La mayoría de ellos tienen que ver con lo que algunos han venido a llamar ‘factores de corrección’, refiriéndose a organizaciones que están al margen del juego político directo, pero que también representan a los intereses de la ciudadanía en temas tan variados como los derechos humanos, la ecología, la educación, el movimiento vecinal, y que son fundamentales para trasladar a la clase política las inquietudes de toda una sociedad.

Pero aunque su imagen en general se encuentre muy desprestigiada, también son necesarios los líderes políticos. De su seriedad y compromiso depende en gran medida que esas preocupaciones ciudadanas encuentren el cauce adecuado para quedar plasmadas en el rumbo que tome la comunidad que se supone que representan. Más importancia toma el asunto cuando ya hablamos de todo un país, que es cuando un político tiene la oportunidad de acceder a la categoría de Estadista. Lamentablemente son muy pocos los que lo logran, pues para ello su altura de miras ha de estar muy por encima de los intereses partidistas o los grupos de presión, para convertirse en un factor positivo de cambio de las estructuras sociales y de los intereses internos y externos de un país. Partiendo de la premisa de que a nadie se le puede exigir que sea perfecto, el estadista ha de convertirse en un ejemplo a seguir, y elevarse por encima incluso de su propia ideología para dejar una huella indeleble en la memoria colectiva.

Lamentablemente, hemos de admitir el hecho de que la estatura de nuestros líderes nacionales a ese nivel es mínima, lo que abre una serie de descorazonadores interrogantes sobre lo que habrá primado en su trayectoria para que hayan llegado a donde están. Ni Zapatero, ni mucho menos Rajoy han intentado entablar nunca un poco de intimidad con la ciudadanía, se esconden detrás de sus seguidores más acérrimos y el dictado de los asesores de imagen, y prefieren actuar bajo la protección que les supone una cámara de televisión. Esa voz rotunda y enfática del morador actual de La Moncloa y el discurso opositor estereotipado del aspirante a ocuparla son modos de protegerse, distancias para evitar el cuerpo a cuerpo con la opinión, como si temieran que alguien les pueda hacer avergonzar por su cortedad de miras y asustados cada vez más por la valoración que nos merecen en las encuestas. En esa tesitura, uno parece desbordado por la coyuntura, y el otro recurre directamente a una espiral de embustes y falsedades que no parecen tener límite.

Les falta altura de miras, lo que por otro lado no es sólo un problema nacional. Este domingo se celebra el Día de Europa, y ya ven lo que está ocurriendo con un continente que navega a la deriva, sin decidirse a apostar con fuerza por cual debería ser su lugar en el mundo, ni dar un impulso a una idea de unión que ha quedado paralizada desde que la generación de líderes anteriores fue desplazada de los centros de poder.

Y en cuanto a lo que se refiere a Canarias, hablar de estadistas es quedarnos tan lejos de la verdad como sin aliento. Aquí lo que se estila es el lado más miserable de la política, mezclando sin rubor alguno intereses mediáticos, empresariales y políticos, así como frustrando en la realidad legal cualquier posibilidad de alternativa.

¿Qué nos queda ante este panorama tan desolador? Pues para contestar a la pregunta deberíamos volver al principio: La organización y la presión ciudadanas, pues si permitimos que el ánimo decaiga aviados estamos...

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