miércoles, 12 de mayo de 2010

EN VERDE


La noche dormía,
tu pasión fue el espejo
que trajo los sonidos
de la primavera
y envolvió de verdor
el lecho compartido.
Tras el alfeizar
de tus ojos
bailaban los valles
y las praderas.
Tus pechos desprendían
aromas a tomillo y salvia
y el cuarto se llenó
de un enjambre de flores
mientras soñaban
árboles y hojarascas
y me acariciabas
bajo unas sábanas
cargadas de helechos
y humedad compartida.

3 comentarios:

Ana María dijo...

Hay momentos...Hmmmm...
inevitablemente felices...

Esos son los imprescindibles para vivir el día a día en la complicidad de saberte Su Alegría, y ella, la Tuya...

Pacogor dijo...

A ver si algún día se hace realidad... De todas maneras tampoco resulta imprescindible porque cuando te reconcilias con la vida y te sientes razonablemente satisfecho con lo que te ofrece, comprendes que no es conveniente abarcar demasiado. El amor es importante, pero no otorga patente de corso para ser feliz. La fellicidad es algo extraño y a veces depende de factores demasiado volátiles y que pueden volverse en contra. Así que mejor hacer balance con buen ánimo, y agradecer lo que se tiene en lugar de añorar lo que no... Al menos eso pienso.
Un beso, querida amiga.

Ana María dijo...

Apuesta por ello...
Otro beso, querido amigo...qué más te puedo decir si coincido perfectamente contigo.