sábado, 10 de abril de 2010

INVICTUS


Ayer he visto por segunda vez ‘Invictus’, la última película de Clint Eastwood, que narra la victoria de la selección sudafricana de rugby durante el mundial de 1995, y cómo este hecho sirvió para unir a un país que poco antes vivía la indignidad del régimen de apartheid, en torno a una misma bandera, un himno, una ilusión, un futuro y un presidente, Nelson Mandela; en hombre que tras sufrir casi 30 años de prisión, una buena parte de ellos incomunicado en una celda diminuta, volvió a la vida hablando de perdón y reconciliación y siendo el mejor ejemplo de ello. El título de la película hace mención al poema que acompañó a Mandela cuando llegaban los momentos de mayor desesperación en su larguísimo cautiverio. Es hermoso y terrible, de una belleza sobrecogedora, pues viene a ser un canto a la fe y a la resistencia humanas en su lucha por la libertad, enfrentadas a los momentos más desoladores, solitarios y terribles de una existencia.

El poema tiene una historia singular: Fue escrito en 1861 por William Ernest Henley, poeta inglés nacido en Gloucester que había sufrido tuberculosis en su niñez, a causa de la cual sufrió secuelas graves que incluyeron la amputación de una pierna. Instalado ya de mayor en Edimburgo, fue íntimo amigo de Robert Stevenson (con quién llegó a escribir cuatro obras de teatro conjuntamente). Pero su influencia en Stevenson fue mucho más allá, y decisiva cuando éste decidió escribir ‘La Isla del Tesoro’ y dar vida al bucanero más famoso de la literatura universal: John Silver ’El Largo’, pues se inspiró en su amigo para crear el personaje.

No es de extrañar que el poema sirviese de consuelo a Mandela en los peores momentos que hubo de sufrir a causa de su descomunal compromiso ético con su pueblo y consigo mismo. A todos los que nos solemos quejar por nimiedades debería hacernos reflexionar seriamente sobre el sentido de nuestra existencia...

Invictus

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

Ahí es nada... Por cierto: les recomiendo encarecidamente que vean la película, pues independientemente de sus valores cinematográficos, que los posee a raudales como cualquier obra del gran Eastwood, la historia contiene un mensaje ético de tal magnitud que no podemos dejar pasar en momentos como los que estamos viviendo en este país. Ahora que comprobamos lo que puede llegar a ser la política si cae en manos de un grupo de desaprensivos y el basurero moral en que puede convertirse, es una necesidad perentoria comprobar que existen hombres y mujeres públicos que están en otra cosa. En algo tan precioso por su escasez en estos aciagos días como es la rectitud, la altura de miras, e incluso la bondad como ejemplo de comportamiento. Una lección de tal envergadura hay que saber aprovecharla. Que no caiga en saco roto, porque desde el mismo momento en que nos dejemos convencer que todos son iguales y que esto no tiene remedio, habremos perdido la partida.


2 comentarios:

Rita dijo...

Vi la película, solo una vez, pero no descarto verla más veces, estoy contigo, hermoso mensaje, del poema me quedo con la última parte,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
Hermoso
feliz domingo, un beso

Pacogor dijo...

Sobre todo es el mensaje implícito: No importa lo que ocurra, los golpes que la vida me haya dado... Porque no logrará cambiar lo que quiero ser. Y lo que quiero ser sobre todas las cosas, es alguien de lo que no tenga que avergonzarme. Eso sí que es algo en lo que todos deberíamos reflexionar seriamente.