miércoles, 10 de marzo de 2010

CRISIS


Llevaba tiempo escuchando hablar sobre la crisis: Ahora la sufría. Nunca se imaginó que la tarjeta del paro incluyera un pasaporte para el destierro, y el significado de acabar en el mundo de las estadísticas económicas negativas, la protección social y la sensación de pérdida de dignidad.
Los primeros días aún caminaba con los zapatos de la antigua rutina, y llegó a pensar que no era tan grave eso de estar sin trabajo, aunque no podía quitarse de encima la desagradable sensación de ser observado con lástima por los que conocían su situación y llenos de buenas intenciones se proponían untar sus supuestas heridas con frases hechas para el tópico y el desasosiego. Incluso tuvo que evitar que hiciera diana algún que otro dardo envenenado
No importaba. Creyó realizar un acto de valentía cuando se quitó el reloj y le dio permiso a los sueños tantas veces aplazados de una vida diferente para que se hicieran realidad... Se obligó a inventar nuevas rutinas: Lecturas, paseos, un café a media mañana, algo de deporte, el blog siempre actualizado...
Pero con el paso de los meses llegó el desasosiego. Se propuso volver pronto al trabajo y se puso a ello con entusiasmo y rigor. Le asombró descubrir la cantidad de huecos por cubrir en los que se suponía que no encajaba. Los días fueron pasando sumidos en la maldición de los curriculums, las entrevistas cada vez más frustrantes y los ‘ya le llamaremos’ como resultado de sus esfuerzos... El proceso fue lento, pero cuando vino a darse cuenta, se había ceñido el collar de la sumisión y estaba subido al carro del cualquier cosa me vale. Aunque intentaba autoengañarse, en algún lugar del camino apareció la culpa, y ese sentimiento se le hacía insoportable.
Fue un invierno largo, denso y triste. Caían copiosas nevadas, chaparrones furiosos y algunas migajas laborales cargadas de eventualidad. Peor fue en el verano, cuando comprobó que las vacaciones se acaban antes de empezar para los que viven en el destierro.

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