jueves, 12 de noviembre de 2009

LA FIESTA


Queríamos que la fiesta fuera sonada, y nos esperamos en los preparativos para ello. Los invitados llegaron a la hora prevista. Mi mujer y yo les recibimos con nuestra mejor sonrisa, la música era la adecuada, y se notaba que todo el mundo se encontraba a gusto. La cena fue en verdad exquisita. La conversación se desarrolló por derroteros brillantes y entretenidos, hasta que las copas de más empezaron a hacer efecto.
Todo comenzó con pequeños altercados, fruto de las envidias y las maledicencias, que acaban por lastrar las amistades por largas que sean.
Pero después ya no recuerdo más, porque ya saben lo mal que me sienta la bebida, y como suele suceder en estos casos, me quedé profundamente dormido.

Cuando volví a abrir los ojos, el sol entraba ya a raudales por la ventana y la mañana del domingo se encontraba muy avanzada. Tardé un poco en percatarme del desastre en que se había convertido el salón: Todo estaba destrozado, como si un terremoto se hubiese dado gusto con la casa. La angustia apareció de repente, cuando pisé una enorme mancha en la alfombra, que me pareció de sangre. Había más en las paredes. Grité, llamando a mi mujer, pero todo estaba silencioso. A esas alturas, la angustia se había transformado en terror...
Di un respingo cuando sonó el teléfono, el corazón estuvo a punto de salirme por la boca. Mientras intentaba encontrarlo entre todo aquél desbarajuste, el timbre me taladraba la cabeza. Me llevé la mano a la frente y sentí un bulto pegajoso. Me parecía que iba a desvanecerme de un momento a otro. Encontré el maldito aparato y lo descolgué temblando...

-Ninguno de vosotros me quiso nunca -musitó una voz ronca y llorosa en el auricular- Tras lo que escuché lo que me pareció el sonido de un disparo. Pegué un brinco y dejé caer el teléfono con la sensación del olor a pólvora quemada en la mano y salí corriendo al jardín, donde me encontré con un dantesco panorama de cuerpos mutilados que colgaban de los árboles...

Desperté horrorizado, me incorporé de un golpe en la cama y pude sentir su cálido cuerpo durmiendo plácidamente a mi lado. El sudor me cubría la frente, pero empecé a tranquilizarme cuando acaricié suavemente su espalda desnuda y me respondió con un arrullo. Se acurrucó contra mí. En la habitación, cada cosa seguía en su sitio.

1 comentario:

Rita dijo...

Ufff que susto, menos mal que era un sueño, pero que realidad......muy bien, mantiene la tensión, besos