miércoles, 28 de octubre de 2009

REGENERACIÓN


I. Ella:
Sólo se escuchaba
la voz de la brisa
a aquella hora de la tarde.
Los matorrales empezaban
a ocultarse en el espesor
de la noche que llegaba
y se movían al mismo ritmo
que las nubes.
Entre lo que surge y lo que se va,
la playa se hizo serena,
quedó alguna voz lejana
que no molestaba
nuestras dubitativas acciones.

II. Él:
El mar nos atraía,
pero estaba muy presente
la duda del frío
al abandonar su abrazo.
Cuando nos decidimos,
te impresionó en la orilla
que las olas se moviesen
entre las sombras,
y te parecieron amenazantes.
Yo decidí sumergirme
y tu regresaste al amparo
que te suponían las toallas.

III. Ella:
Hablamos mucho,
cobraron protagonismo
nuestras vidas como brillo
de cristal inacabado
y palpitamos un poco
al son del rocío y la emoción.
Creo que concluimos
que no queremos ser historia,
ni humo de imposible transparencia
para la amistad,
que ya hay demasiado café amargo
donde inclinar el rostro.

IV. Él:
Acordamos serenamente
que siempre será mejor
buscar reverdecidas ramas,
ahora que han crecido
con su propia inercia en el tiempo.
De tu mirada ví nacer
una mano tendida con esperanza,
la firme decisión
de estrechar la de un amigo,
sin importar que las diferencias
puedan hacer tabla rasa
de lo que verdaderamente somos.

V. Ella:
Regresamos casi a tientas
para afianzar el acuerdo no firmado
en las luces de una cafetería,
pero ya sabiendo que encontramos
la aguja en el pajar,
y mientras la conversación
se desarrollaba tranquila,
sentía nuestros ojos enhebrando
la textura de las palabras
entrando y saliendo del corazón,
poniéndonos al día
de lo que nunca dejamos de ser.

VI. Él:
Cuando volvimos a la noche,
las estrellas brillaban
celebrando la amistad recuperada,
porque existir es corregir
los errores en nuestro camino,
con la voluntad de que podemos
acortar las distancias
que han llegado a hundirnos
en una tierra de sepulcros.
Nos abrazamos, y engendramos
el primer rayo de sol
que acabó con la incertidumbre.

VII... Ellos:
Ahora se trata de aprender
de los antiguos errores,
dejar de medir los miedos del alma
y que su luz arrecie, irreversible.
El colibrí se nutre de la flor,
nosotros lo hacemos de la amistad.
Al despedirnos
el cielo nos habla de paz,
como si un enorme peso
hubiese por fín desaparecido
y lo que tenía que ser llegase
a encajar en nuestras vidas.
Definitivamente,
hemos dejado atrás el pasado.


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