viernes, 21 de agosto de 2009

FUGACIDAD


Se subió en la octava planta,
el ascensor descendía.
Estábamos allí,
los dos solos,
sin poder hacer otra cosa
que mirarnos...
Tenía unos ojos
que taladraban el alma.
En el segundo piso se bajó,
y yo, que me había enamorado
entre el sexto y el tercero,
sentí un dolor profundo,
pues supe que nunca más
volvería a verla.
Tuve la tentación de correr tras ella
cuando se despidió
con aquellos ojos profundos,
pero la intuición me dijo
que la belleza destruye el amor,
y el amor a la belleza.
Cerré los ojos
para no percibir su partida,
y experimenté
algo semejante a la locura
mientras las puertas se cerraban
con un triste chirrido.
Al llegar al semisótano,
mi corazón sufría
algo parecido a la pena,
cuando salí del aparcamiento
ya la había olvidado.

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